23 de mayo de 2007

Llegas a casa tras un duro día de trabajo:
te han asaeteado los costados,
llenado tus oídos de vanidades,
te pican los ojos
quizá porque no hay primavera este año.

Y al fin y al cabo sabes que no es nada de eso lo peor.

Lo que carga ese fardo insoportable que te encorva
es la vocecita maldita que se pasa el día reventándote,
ésa que te recuerda que hoy pensabas en otra cosa cuando besaste a tu marido al salir de casa,
que ayer no escuchabas cuando Manuela lloraba al otro lado de un frío teléfono,
ésa que te recrimina sin pudor que te estás saltando la dieta de nuevo...
Ésa.

Se te empiezan a acumular los tiempos perdidos
y no te quedan manos para tapar los agujeros.

Aletea un pájaro nocturno al otro lado de la ventana
y sueñas con que al llegar a casa fuera posible
-¡qué maravilla si lo fuera!-
bajar la cremallera de tu cuerpo,
sacar los pies despacio y luego el resto,
quedarte tú, desnuda, libre de tí
y evaporarte entonces
como una niebla fresca.
Que tu fueras la primavera inclinándose sobre el huerto
para susurrarle a las ortensias
que esta vez no llegaste tarde por culpa del trabajo,
que no olvidaste el aniversario,
y que tienes todo el tiempo del mundo ahora

para redimirte

y liberarte

o desvanecerte para siempre.

(26-5-2007/21:16->Introduzco unos pequeños cambios en las conjunciones de los versos finales, sugeridos por Ángel Leiva)

21 de mayo de 2007

Mis crónicas marcianas


Para el libro de Bradbury no habrá reseña... me he atrevido a escribir mi propio capítulo para "Crónicas Marcianas" (no sé si las fechas y otros datos están correctos, si hay algún fanático que me descubre algún fallo que me perdone y avise :P)

Gracias al Chache por prestarme el libro :*


Todo había empezado años antes cuando los bibliotecarios de los Estados de la Unión se organizaron clandestinamente a través de una de las subredes de la antigua Internet. Ésta se creó en sus orígenes de forma distribuida y con un hermetismo que pretendía ser su mayor defensa ante el enemigo y que la acabó convirtiendo en una red indocumentada e incontrolable que el gobierno no pudo destruir. Así fue como acabó en manos de las nuevas sociedades ilegales, entre ellas la Liga por la Salvaguarda de la Cultura.

Woodrow Wilson fue el mentor de la asociación. Cuando se creó el Comité de Intervención contra Irregularidades en la Transmisión de la Información, Woodrow era bibliotecario en el campus de la Universidad de California en Irvine.

La suya había sido la típica historia del chico que destaca en los deportes hasta que una lesión trunca su carrera. Sus padres intentaron que durante la larga hospitalización mientras su rodilla se recuperaba, se aficionara a la lectura sin embargo no lo consiguieron. A Woodrow, por aquel entonces, no le gustaban los libros.

Cuando, muchos años después, entró a trabajar en la biblioteca de la Universidad, apenas podía creer los giros inesperados que había sufrido su vida hasta llevarle a aquel punto. Tampoco habría imaginado que con los años se convertiría en un profundo amante de los libros y finalmente, en uno de sus defensores. Sin embargo, así fue.

Cuando el Comité de Intervención envió al primer auditor a la biblioteca donde trabajaba Woodrow, su objetivo era tan sólo obtener un inventario detallado de los fondos. Durante las siguientes visitas, sin embargo, se fueron retirando partidas de libros considerados perjudiciales. Los límites de lo permitido por el Comité se estrecharon poco a poco.

En cierta ocasión se llegó a hacer una pira en mitad del campus de Irvine en la que ardieron obras de Lovecraft, Poe, Husley, Bradbury... para escarmiento de las mentes en exceso imaginativas de los estudiantes.

La sociedad aceptó la censura como la menos mala de las medidas posibles contra la inseguridad ciudadana y la crispación política. En sus memorias, Woodrow transmitía su convencimiento de que los grandes poderes políticos y económicos habían manipulado a la opinión pública hasta poseer la más poderosa herramienta de control sobre cualquier grupo humano: el miedo. Quienes más tarde formaron la Liga por la Salvaguarda de la Cultura, creyeron firmemente en el legado de Woodrow Wilson. Intentaron por todos los medios salvar de la destrucción el mayor número posible de libros pues se habían convertido en símbolo de la antigua humanidad en la que el conocimiento y la expresión eran libres.

La Liga contó mayoritariamente en sus filas con bibliotecarios y algunos profesores universitarios. No llegó a extenderse a otros sectores de la población antes de que el terror hiciera surgir en la sociedad una fobia generalizada ante los libros que no fueran prácticos manuales de conducción de naves o uso de maquinaria. También circulaban libremente las soporíferas crónicas enviadas desde las colonias en Marte de las que se había suprimido toda propaganda política o menciones al exterminio que la humanidad había llevado a cabo sobre la raza marciana. En la Tierra, todos consideraban a Marte como un planeta que siempre había estado poblado por humanos.

Hubo algunos mártires en la Liga, sin embargo jamás fueron venerados o idealizados por sus compañeros. Al fin y al cabo, se trataba sólo de seres humanos de los que en la tierra se contaban por millones, pero libros quedaban apenas unos pocos miles escondidos como preciados tesoros en zulos clandestinos.


Cuando la guerra comenzó oficialmente, los mensajes en la subred de la Liga empezaron a multiplicarse. Algunos miembros se resistían a creer que la situación fuera tan grave. Pero los más pesimistas (que demostraron luego ser los más realistas), empezaron a revisar los planes de evacuación de la que habían dado por llamar operación Última Sabiduría. En aquel momento Última Sabiduría pretendía salvar los apenas mil quinientos ejemplares de obras literarias que habían rescatado. En los años de guerra, este número apenas aumentó en unas pocas decenas.

Quien dio la voz final de alarma fue Sally Norton de Missouri, bibliotecaria desde hacía treinta y dos años. Media docena de los ya pocos miembros de la Liga abandonaron incapaces de aceptar el ultimátum.

Es de suponer que en la tierra había más naves ocultas. El gobierno prohibió su posesión por los ciudadanos en dos mil tres pero algunos se arriesgaron a conservar sus naves por lo que el futuro pudiera deparar. La Liga consiguió una nave en el mercado de contrabando después de que se hubiera puesto en marcha la prohibición. La escondieron en un búnker subterráneo pensando que en realidad jamás la necesitarían. Cuando la guerra fue tomando una intensidad preocupante, el plan de evacuación que habían trazado dejó de ser un posible simulacro futuro para convertirse en una realidad triste pero inevitable.

Tardaron doscientos veintiún días en prepararlo todo. Finalmente, Sally Norton y su marido John fueron los únicos en abandonar la Tierra. El día trece de Mayo de dos mil dieciséis, una nave clandestina abandonó la Tierra cargada tan sólo con una parte de los fondos de la Liga. El abandono de algunos de sus miembros implicó la pérdida de varios cientos de ejemplares que fueron retenidos por sus custodios e incluso, en uno de los casos fueron pasto de las llamas. Desaparecieron en la quema las obras completas de Sartre, "El principito", "Trópico de Cáncer" y Eric Copper, uno de los fundadores de la Liga que ante el dramatismo de la situación bélica en la Tierra, decidió acabar con todo.

Aterrizaron en Marte una mañana, cansados del viaje y aún temerosos de que alguien los hubiera seguido o diera con ellos más tarde. Ni siquiera pararon a descansar, continuaron con el plan e iniciaron inmediatamente las búsqueda de un lugar donde almacenar los libros. Conscientemente descartaron las antiguas colonias humanas y se decidieron por una hermosa ciudad marciana que encontraron entre dunas a varios kilómetros de su punto de aterrizaje.

Bellísima, solitaria, abandonada mucho antes que las ciudades humanas, les pareció el lugar perfecto para que los libros salvados permanecieran ocultos. Trasladaron las cajas de la nave a la ciudad. Siguieron trabajando incansablemente durante muchas horas. Una vez acabada la tarea, se alejaron en barco río abajo, en dirección contraria a la ciudad. Se encontraban a un par de kilómetros del punto de aterrizaje cuando se produjo la explosión programada que destruyó la nave. Así eliminaban cualquier rastro de su fuga. Al mismo tiempo que la nave estallaba un dolor profundo se instaló en sus corazones y les hizo mirar hacia el cielo marciano. Casi la vieron antes de desaparecer del firmamento. Ya no quedaba nada. Sintieron en el pecho los gritos de millones de seres desapareciendo junto a su planeta. La guerra había terminado.

Sally Norton falleció una semana después de su llegada a Marte. Ella y su marido estaban viviendo en una de las antiguas colonias humanas del planeta. Podrían haber sobrevivido allí durante siglos gracias a las reservas de alimentos que los terrícolas habían abandonado cuando regresaron a la Tierra. Sin embargo, les ganó la vejez o quizá la tristeza. El marido de Sally Norton no llegó a agotar nunca todo lo que la humanidad había dejado atrás.

10 de mayo de 2007

UNIVERSIDAD INTERNACIONAL DE ANDALUCÍA

Rectorado

SALUDA

A Vd. y se complace en invitarle a la presentación del libro


Celebración de la Poesía


, del poeta y pintor Ángel Leiva, que tendrá lugar el próximo domingo 13 de mayo, a las 19 horas, en la Carpa principal de la Feria del Libro instalada en la Plaza Nueva de Sevilla.

7 de mayo de 2007

Rutinas (1+1=n) 2.0

(Como decía en mi anterior post con la relectura del texto me di cuenta de que quería cambiar mil cosas, así que me he puesto manos a la obra, que quien no corrige no aprende...)

Mandó a la mierda al médico con una soltura inesperada para un educado caballero como él. Si era cierto que le quedaba un mes de vida, qué menos que blasfemar contra el portavoz de la noticia. Se marchó con intención de dirigirse a su casa pero la sola idea de encontrar allí a su esposa le empujó dentro del primer tugurio que encontró en su camino.

La mujer del notario se encontraba en aquel mismo momento sudando las sábanas acompañada de un moreno cuyo nombre desconocía. La señora había contraído matrimonio con el notario hacía cinco años -ella 25 y él 67 años-, seis meses después de que su novio, con el que convivía desde hacía un año, se marchara a comprar whisky para no volver más, llevándose lo puesto y probablemente un tanga negro con encajes que desapareció del cajón. Tras la boda, se fue a vivir a casa de su marido donde le tocaría convivir con la suegra, señora religiosa y pía donde las haya a la que desde hacía décadas se le aparecía la virgen todos los viernes a las 6 y media y la ponía al día de los acontecimientos que estaban por suceder. El primer viernes tras su llegada a la casa, la virgen advirtió a la anciana y ésta a su vez a su hijo, de que aquella chica sólo buscaba quedarse con el dinero y de que en realidad no le quería. Una afirmación muy sensata pero por desgracia tan verdadera que fue suficiente para mandarla de cabeza a una residencia donde quedó acusada de senil y loca.

En casa del notario las asistentas del hogar iban y venían cambiando de cara tan rápido que el buen señor dejó de tomarse la molestia (si es que se la tomó alguna vez) de aprender el nombre de las chicas y simplemente las llamaba a todas Petra -en honor a la famosa heroína del cómic-. La Petra que trabajaba en la casa cuando la señora madre del notario se marchó a su residencia de relax fue pronto considerada por la esposa como demasiado voluptuosa para conservar su puesto. Confirmó ésta su idea cuando vio por la puerta entreabierta de la cocina a su esposo posando las manos con toda energía sobre las nalgas de la chacha que reía la gracia peligrosamente dispuesta a no perder su trabajo bajo ningún concepto. Aquella Petra no volvió a pisar la casa sin que la señora del notario diera jamás más razón para el despido que su falta de talento en la limpieza del hogar. A partir de entonces las asistentas superaban con creces los cincuenta años. Se valorará desprecio por el aseo personal.

El notario se sorprendió al encontrar en aquel tugurio a Petra; jamás habría imaginado que pudiera existir en otro lugar que no fuera su casa ni que pudiera vestir algo distinto al uniforme y la cofia. También le extrañó el saludo tan seco con que correspondió a su sorprendido gesto de reconocimiento y es que en casa siempre había sido dulce y cariñosa. Se sentó al lado de la visiblemente (para todos menos para el notario) disgustada mujer y sin más le fue describiendo punto por punto el proceso de diagnóstico al que le habían sometido hasta llegar a la triste conclusión. Fue regando su discurso con alcohol así que, conforme avanzaba en su relato, el riego incluyó también perdigones de saliva y palabras pronunciadas con la dificultad de una lengua dos veces mayor de su tamaño normal. Hacía un buen rato que la muchacha se había marchado dejándole sumergido en su discurso cuando se dio cuenta de que no quedaba nadie en el local. Las sillas estaban patas arriba en el mostrador y un amable caballero de considerable envergadura, piel oscura y con un ojo de menos, le invitaba amablemente a marcharse a la menor brevedad, previo pago de la engrosada cuenta.

Petra se dirigió a su casa caminando a buen ritmo y acordándose de la buena señora que trajo al mundo al notario. Llegó pronto al suburbio, quitó el candado y la cadena que sustituía la cerradura desde la redada policial. Dentro se encontraba su hombre durmiendo la mona sobre un colchón sucio en el suelo con un tanga negro con puntilla -que no era de Petra- sobre la barriga. Ella se sentó en el sillón y se echó a dormir tranquilamente. Al día siguiente tenía pensado dirigirse a la residencia de ancianos a seguir trabajándose a la madre del notario a fin de sacarle los cuartos. La visita resultaba ser un viernes, así que seguramente sería interesante.

El moreno se levantó de la cama cuando consideró, por el espaciamiento de los ronquidos, que la señora del notario se había quedado por fin dormida. Se dirigió como una flecha hacia el bolso que colgaba de la silla mientras se iba poniendo los pantalones; tareas ambas llevadas a cabo al mismo tiempo con una pericia que sólo podía deberse a la práctica. Sacó los cien euros que había en el monedero y se marchó de la casa llevándose de paso una foto de la señora con algunos años menos y un bikini minúsculo. La foto fetiche acabó en su cartera junto a otras como la de una chica con uniforme y cofia que conoció una vez en la puerta de la residencia de ancianos donde trabajaba su novia. Bajó rápidamente a la calle, cruzándose sin saberlo con el señor notario a la altura de la esquina y entró a tomarse una copa en el primer tugurio que encontró en su camino.

Finalmente el notario llegó a casa, se colocó el pijama de rayas celestes y se metió en la cama junto a su esposa. La besó en la mejilla y le susurró suavemente, con una dicción deficiente pero voluntariosa: "enhorabuena cariño, te ha tocado la lotería".

6 de mayo de 2007

Publicación en "El fantasma de la Glorieta"

Hace mucho tiempo (tanto que casi lo había olvidado) envié a la revista "El fantasma de la Glorieta" mi relato "Rutinas (1+1=n)". Pues bien, hoy he descubierto que en el número catorce de la revista se incluye este relato.

Es una buena noticia :) También lo es releer un texto mío de Agosto del año pasado y darme cuenta de que en este momento cambiaría mil cosas: señal de que he aprendido algo en todo este tiempo.

Estoy contenta :)
Lo razonable es no quemar nunca las naves.

Lo razonable es guardar las distancias,
coger siempre el teléfono,
conservar los amigos tibios,
hacer dieta y deporte moderado.

Lo razonable parece ser también
alcanzar los propósitos -a toda costa-,
bailar la música que suene,
aspirar a baños de multitudes.

Juega aunque sea sucio.

Por poco razonable que parezca
decido seguir en este isla.

Veo los barcos ardiendo.

La tripulación
hecha de perdedores y fracasados
baila en torno al fuego.

Tienen los labios sonrientes y los ojos asustados.

Les miro
y rezo por que en su locura
jamás irrumpa lo razonable
y así
podamos permanecer a salvo
en esta isla desierta.

1 de mayo de 2007

Música de cañerías


Bukowski empieza donde acaba Carver. Lo que en el segundo es ominosa sombra sobre las vidas de sus personajes, en Bukowski es pesadilla hecha realidad.

Sus relatos postmodernos diseccionan una sociedad de seres alienados y perdidos. El sexo, las drogas, lo escatológico, lo soez, es sólo el envoltorio de una profunda meditación sociológica y humana. Bukowski se aleja radicalmente del intelectualismo en las formas pero alcanza, mediante la eliminación de todo recurso lírico o eufemístico, una eficacia demoledora. La sencillez es quizá el canal más apropiado para los mensajes complejos.

Sus personajes acabados, fracasados, confusos, se dibujan en medio de un mundo al que no pertenecen. El estupor de su propia consciencia es en Carver una promesa de apocalipsis y en Bukowski un completo infierno. No hay salvavidas, ni siquiera esperanza a la que aferrarse. Más descarnado que en el peor Sartre, su existencialismo es corrosivo y deja al lector desnudo ante sus propias miserias.

Porque esa es la consecuencia de su transgresión aparentemente adolescente: demoler las defensas que a base de mojigatos prejuicios nos construimos los seres socializados. Tras cada atrevimiento el lector queda más y más solo ante la verdadera estructura social. Se desvanece el punto ciego que nos permite mirar al mundo olvidando su peor parte.

Una lectura poco recomendable para seres sensibles por dura y sísmica y sin embargo, apropiada para mentes sedientas de expansión...