Mi hermano Iván ya masca regaliz al otro lado. Busco un charco como el suyo, capaz de tragarme sin mordisco. Los días de lluvia, mis botas de plástico verde y yo reanudamos la misión. Echo de menos a Iván y su olor a orozuz. Algún día, en uno de mis saltos no habrá suelo tras el espejo y por fin viajaré hacia abajo, cayendo como si volara. No me rindo nunca: mamá insiste en que no desespere y siga buscando.
Fotografía de Javier Prieto.
¡Excelente, Rosita! Me parece formidable cómo amalgamas los mundos para que el lector pueda percibir -casi en su propia piel- tanto la desazón como la esperanza.
ResponderEliminarUn abrazo,
Gracias Pedro. Sólo sigo los pasos del maestro Mateo Díez, pero el juego era divertido :)
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