7 de agosto de 2007

Era tal su necesidad de dormir en medio del huracán en que se había convertido su vida, que aprendió a aprovechar cualquier instante para dar una balsámica cabezada.

Empezó por la media hora que consumía su viaje de casa al trabajo. Primero la ida, después también la vuelta. La siguiente ampliación consistió en hacer uso de sus visitas al baño para simultanear sus actividades higiénicas con reparadores descansos.

Un día, logró conciliar el sueño en el tiempo que media entre que pides el desayuno y te lo sirven. Desde entonces se hizo costumbre.

Depuró tanto su técnica que ni tan siquiera necesitaba cerrar los ojos para dormir. Su mayor logro, se reconocía a sí mismo, era lograrlo en el transcurso de una conversación: hablaba y en el hueco minúsculo que imperceptiblemente discurre entre las palabras, encontraba ocasión para entregarse a los brazos de Morfeo. Ni el más avispado interlocutor habría podido addvertir nada extraño.

Poco a poco su ajetreada vida discurría entre siestas, con una irregularidad e insconsistencia tal que su necesidad de vivir le obligó a aprender a aprovechar cualquier momento.

Comenzó por...