2 de diciembre de 2022

No existe la palabra funambulista


Vivir entre dos mundos
obliga al inconveniente
de arrastrar un pie helado entre la nieve mientras el otro arde en el asfalto
remolcar el cuerpo en la rutina mientras los pájaros anidan en tu cráneo
abrir el paraguas sin lluvia
llevar el salacot por si acaso
haberse salpicado la piel de heridas sin salir de la cama
y despertar siempre aferrada a una rosa


Apagamos fuegos que nunca prendieron
reinventamos simulacros de emergencias
porque la fantasía y el miedo se hermanan fácilmente


Y, con todo, ahí seguimos
poniendo un pie tras otro sobre el cable
tendido al sol a demasiada altura


Capaces somos los trashumantes
de atravesar irrealidades con un chasquido de dedos
sin importar ya los pulgares rotos porque todo se puede


Y así acumulo inoportunos logros:
como añorar lo que nunca ha sido
creerme
cuando me estoy mintiendo
querer y odiarte a un tiempo
despertar
sin saber de qué lado del espejo
abrazar la esperanza de que nada merece espera
morir
habiendo estado viva.

18 de abril de 2022

Divagaciones desde Los Bridgerton hasta el infinito y más allá.



Sí, yo también me he hecho el, tan popular ahora, maratón de Los Bridgerton. Además, teniendo en cuenta que, en mi búsqueda de evasión pandémica (con todas las florituras apocalípticas que han venido con ella), me he topado con el filón de la ficción histórica inglesa y ahí me he quedado (adaptaciones de las Brontë y Austen, Downton Abbey, Belgravia, La Edad Dorada…), lo de ver los Bridgerton, a pesar del revuelo (lo que suelo desoír), era un paso normal y lógico.

La serie, bien, entretenida. Moderna en algunos aspectos, terriblemente reaccionaria en otros. Un ratito bueno que se echa, es lo que diría en una conversación de calle. Pero a lo que yo venía aquí es a comentar y divagar sobre el cambio de la segunda temporada respecto de la primera. Un cambio que para mí es obvio y esencial, pero que, seguramente, no sea visto así por muchos espectadores. Cada uno ve lo que ve, lo que puede y lo que quiere, en función de su perspectiva y sus experiencias y esto es lo que yo he visto.

Desde mi punto de vista, hay un cambio de tono en la segunda temporada que hace que deje de interesarme el conjunto, que me excluye como espectadora (aunque sí, terminé de ver la segunda temporada a pesar de todo). La primera temporada ya viene con sus rasgos modernizadores (diversidad racial, jugueteo con la música pop actual, descontextualización de las relaciones familiares y de pareja que son más actuales que fielmente históricas…), pero, además, me parece que, sabiamente, capta la esencia irónica y reivindicativa de las obras de Austen, las Brontë, etc. Si bien se trata de un feminismo pasado de moda y valioso en su contexto, pero no en el nuestro, me parece que se mantenía como clave de lo que podría considerarse un género propio. Lo que esperábamos las fans, o al menos, un subconjunto del fandom de estas autoras y sus adaptaciones audiovisuales. Porque, si bien todavía hay quien piensa que vinimos en busca del romanticismo (género legítimo, por otra parte, para quienes gusten), creo, sin temor a equivocarme, que un buen número de seguidoras de estas obras hemos venido a por la sátira y a por la subversión de unas cuantas normas. En la primera temporada de Los Bridgerton hay buenas dosis de humor y mala baba (mis buenas carcajadas he disfrutado) y, en esencia, la historia (ojo, spoiler) viene a ser la de una mujer que es consciente de sus restricciones sociales y vitales y que viene a rescatar a un hombre, por medio de una relación romántica, de sus restricciones sociales y vitales de las que él mismo no es consciente (ya ella se rescatará si eso). Este tipo de tomas de conciencia y visibilización de las tiranías sociales relativas al género fue revolucionario y quizá hasta lo siga siendo. Y la ironía y el humor con que se adornan convierten estas historias en una pura delicia (aparte del vestuario, ubicaciones, …). Así que la primera temporada cumple bastante con las expectativas. La cuestión es que, en la segunda temporada, estos dos aspectos pierden fuelle. La ironía se convierte en un ejercicio de método repetido que pierde frescura, la pluma envenenada que hace de narrador (spoiler de nuevo) se justifica con un argumentario gordófobo que cuesta tragar (más cuando estábamos en un contexto de inclusión, ¿no?), y la relación principal se edulcora en tal exceso que sólo puede transigir quien consiga encajar esto en el cajón de los placeres culpables. A mí me ha parecido cursi hasta la vergüenza, pero aquí ya cada quien tendrá sus límites. Si he seguido viéndolo, ha sido por cerrar narrativas (la cosa ésta de acabar lo que empiezas) y porque algunos arcos argumentales secundarios sí que mantenían cierto interés y frescura.

Y andaba yo a vueltas de por qué este cambio, cuando he venido a dar con su conexión con un tema que me apasiona. Presupongo que buena parte de la evolución de este tipo de contenidos se ve fuertemente influenciada por cuestiones relacionadas con el marketing, con el análisis de las preferencias del público, con lo que vende y con lo que se considera clave del éxito inicial que se quiere mantener. Entiendo que para la segunda temporada de la serie más vista de Netflix se pensó algo como “cojamos estos elementos que son los determinantes y sigamos con ello”. Y se ve que acertaron, por mucho que a mí la segunda temporada me haya dejado fuera, porque éxito han tenido, sí que sí.

Y ahí me he enredado con reflexiones sobre cómo el gusto del público (natural o adquirido) puede influir en la producción artística y sobre cómo los medios de distribución también condicionan qué se hace y no, en el arte, en una determinada época.

A mí el tema de la relación entre los medios tecnológicos y la producción artística me parece francamente fascinante. Pensar que hasta la llegada de la fotografía no se pudo crear la imagen pictórica fiel de un caballo en movimiento porque nadie había podido congelar esa imagen, me parece algo glorioso. Que el barroquismo viene de la mano de la evolución de pigmentos de secado lento que permitían emplear más tiempo en los detalles o que cantantes susurrantes como la talentosa Billie Eilish no podrían haber surgido antes con equipos de sonido menos adaptados, me parece un precioso hilo argumental para la historia del arte.

Pero la evolución tecnológica no sólo ha proporcionado herramientas, sino que ha propiciado la aparición de nuevos objetos artísticos: la fotografía con su propia evolución como disciplina, la serigrafía que daría origen a las obras de pop art, el video mapping o las instalaciones de realidad aumentada y virtual… son ejemplos de que la tecnología no es sólo una herramienta que hace evolucionar disciplinas artísticas previas, sino que hace nacer nuevos contextos y nuevos caminos de investigación artística. Lo dicho, todo un tema. Pero, en relación a lo que me tenía atrapada, también la evolución de medios tecnológicos cambia los modelos de distribución que, me parece evidente, acaban por influir en la propia obra artística. Y esto no sólo aplicaría a obras con vocación comercial, sino que hasta el creador más independiente acabaría por estar influido, en un grado u otro, por el contexto en que produce su obra. Y esto es porque ese contexto tecnológico, como herramienta, como objeto y como medio de distribución, también influyen en el gusto popular y cómo se accede a ser creador artístico.

Maldita sea aquella moda del HDR en fotografía digital, pero era lo que gustaba hace unos años y lo que todo el mundo hacía si quería obtener la gratificación de la relevancia. El gusto popular modula lo que los artistas hacen y lo que los artistas hacen modula el gusto popular, es una relación bidireccional en la que es difícil establecer límites, pero en la que se pueden analizar, a posteriori, las tendencias. Los impresionistas no gustaron, los echaron de la academia, pero iniciaron un gusto popular que perdura hasta nuestros días.

Y, por otra parte, creo que aquella inocencia sobre la libertad en la generación de contenidos cuando surgió la web 2.0, quedó tristemente superada cuando la realidad se impuso. Aunque la web 2.0 no fue la primera aparición de esta fe libertaria y tampoco será la última (jeje, NFTs, jeje). Porque no importa qué plataforma surja con toda su pátina de independencia y libertad, que el convertirse o no en creador acaba por estar sujeto a disponer de medios materiales, a cumplir con ciertos niveles de calidad y a disfrutar de toneladas de suerte.

Pero, volviendo a centrar el foco, ¿cómo influye la distribución de una obra en la propia obra?

El folletín y su distribución en publicaciones periódicas vino a definir cómo se contaban ese tipo de historias (con sus cliffhangers, su gestión del suspense, etc.), la novela victoriana es heredera del triple-decker en muchas de sus características y la novela pulp es hija del abaratamiento de los medios de impresión y de la aparición de un mercado de libros paperback de bajo coste. Pero es que esto se puede llevar al extremo: el creador del sello musical Motown llevó a la música la producción en serie que había creado John Ford en la misma ciudad, Detroit, en la que se grababan, como en una cadena de montaje, los éxitos que marcaron una época (surgiendo, casi, un género musical e influyendo notablemente en el gusto del público).

Yo asisto, como la viejuna en la que me estoy convirtiendo, a la desaparición el concepto de disco en el ámbito musical. El marco conceptual que suponía un disco, con su arte asociado, significación completa, relación entre canciones y el valor narrativo en el orden de las mismas, ha muerto. Ahora, los medios de distribución de música en streaming, internet y, quizá cierta voracidad con respecto al consumo y la novedad, hace que los jóvenes músicos trabajen en torno a canciones independientes que, en función de condicionantes del mercado, podrán reunirse, o no, en un disco de recopilación, pero que, en cualquier caso, se escuchan, consumen y popularizan, de forma independiente (y no, no son nuestros singles, es otra cosa).

Antes hablaba de la web 2.0. Aquella revolución (por irme a la más reciente y a la que he vivido) eliminó intermediarios y puso al público en contacto directo con los creadores. Sin embargo, pasada la primera ilusión, aparecieron nuevos intermediarios que, con la justificación de eliminar fricción, retrasos y restricciones, han seguido actuando de enlace entre quienes crean y quienes ven/oyen/leen o, en definitiva, compran. Pienso en la posibilidad que las plataformas de streaming dan de subir contenido sin pasar por una discográfica o en las plataformas de autoedición cuando permiten que cualquiera ponga un libro a disposición de los lectores sin pasar por una editorial. Todo esto condiciona el producto (para bien y para mal) y multiplica de forma aterradora las opciones a las que se enfrenta quien, en un momento dado, quiera acercarse a leer, escuchar, coleccionar arte, etc. Ay, y aquí llegaron los algoritmos.

Supuestos benefactores que nos hacen de sherpas en el laberinto de la sobredisponibilidad y la saturación, restringen bajo sus criterios oscuros qué se nos muestra en cada momento del conjunto infinito de posibilidades.

Hay todo un batallón de músicos creando música para plataformas de streaming en base a las tendencias de demanda, hay todo un batallón de escritores creando productos verticales bajo criterios de género, más específicos que nunca, en base a lo que un subconjunto de lectores demanda. No importa cuán extraños y peregrinos sean tus gustos hoy, que seguro que hay un libro, una canción, un podcast, … que los satisface.

Pero es que hay un buen batallón de creadores y productores creando en vivo las series que vemos y cuya evolución se retroalimenta de las métricas de éxito comercial. Como si pusieran las baldosas bajo los pies del público en función de hacia dónde quiera éste dirigirse.

Esto ha producido sonados fracasos, como cuando obligaron a Lynch a desvelar quién era el asesino de Laura Palmer a la mitad de la segunda temporada de Twin Peaks, dejando el resto de capítulos huérfanos de razón de ser; o como el final de Juego de Tronos que a pocos habrá gustado. Y es que las métricas no son infalibles porque, como dice un amigo hostelero respecto de su gremio, «aquí dos más dos no siempre es cuatro».

Las claves del éxito sólo existen en los títulos de los libros de autoayuda.

No sé si hay una conclusión en esto. Lo que sí es cierto es que estamos en una situación coyuntural curiosa, con el (tardo)capitalismo ofreciéndonos (de forma insistente, y un tanto desesperada, un volumen masivo de productos intangibles, audiovisuales, artísticos a veces; los algoritmos analizándonos y tratando de alimentar nuestros anhelos; y esta cosa del cliché de la posmodernidad aún funcionando a buen ritmo. Todo muy curioso.

Y nada, que al final te haces el maratón de Los Bridgerton y echas un buen rato, te buscas las Behind The Scenes, las entrevistas, las recopilaciones de vestuario… y te quedas esperando la tercera temporada en la que, muy probablemente, caerás también, pero, al mismo tiempo, te da por darle vueltas al coco y como todas estas cosas que pasan por tu cabeza luchan por salir, te acabas marcando un post kilométrico. En persona soy demasiado respetuosa como para ponerle la cabeza como un bombo al que ose cruzarse conmigo. Si has llegado hasta aquí, lector heroico, mi enhorabuena, mi agradecimiento y mi esperanza en que hayas sacado algo en claro. Gracias por tu paciencia y hasta la próxima reflexión verborreica fragueliana :)

23 de enero de 2022

No-reseña de Mexican Gothic



En realidad, no planifico tanto pero, llegada a un punto, soy capaz de contar lo caminado con narrativas coherentes. Al fin y al cabo, de eso se trata el contar historias: en unir los puntos. El caso es que, cuando me embarqué en la escritura de microrrelatos, inicié un camino de investigación y búsqueda que he tenido oportunidad de contar en las presentaciones de mi libro y en la masterclass a la que me invitó Rocío de Juan y que, quizá, debería poner algún día por escrito. Todo un proceso, todo un camino, en el que fui descubriendo relaciones, desgranando características y transité el límite entre los géneros. Mi parte favorita del asunto: los límites. Fue una investigación basada en leer y disfrutar, básicamente, un trabajo intelectual, gratuito e inútil, que da sentido a mucho. El caso es que, tras años de enrolarme en la experimentación con el lenguaje (la violencia contra el lenguaje, que dice mi querida Valeria Correa), las tendencias posmodernas de poscuentos, posnovelas y postodo, acabé por encontrarme en un punto muerto en cuanto mi propia escritura. Con mi libro ya publicado, parecía que había llegado a algún término y después vino la maternidad, la tesis, el cambio de trabajo, la pandemia… y con tanta zozobra ya no veía qué sentido podía tener el repetir el mismo juego una y otra vez. Ya está hecho, si no al completo en mi escritura (por pura torpeza), sí en mis lecturas y en mi cabeza. Necesitaba otro horizonte.

Mexican Gothic cover
Ahora había un hueco en el esquema general de las cosas que habitan mi cabeza, una piedra filosofal; ésa que nos hizo engancharnos a la lectura siendo todos lectores inocentes, libres de cualquier conocimiento teórico. Aquel disfrute puro de sumergirse en una historia y vivirla como si de un sueño se tratara. Al fin y al cabo, los sueños son, a menudo, al menos para mí, más reales que la vida, más intensos, más coloridos.

Esta necesidad de volver al origen se intensificó cuando, al estallar la pandemia, me encontré incapaz de leer. La ansiedad ante todo lo que estaba y está pasando, este puro miedo, sumaron peso a la necesidad de evasión, de disfrute, no ya intelectual ante pericias técnicas y pirotécnicas, sino ante la vivacidad del mundo creado, ante lo tangible de los personajes, los diálogos, las moralejas... De repente, más cerca del fondo que de la forma. Yo, que me deleitaba en las formas considerando que cualquier cosa, por nimia que fuera, si se contaba bien, podía elevarse a obra de arte. Ya no sé si lo pienso.

Ya llevaba tiempo dedicada a mi novela. Una novela fuera de mi zona de confort (si es que eso existe), que fue concebida como idea para un cómic hace años, pero que cada vez es más y más tangible y que no pide nada del lenguaje, sólo quiere ser contada. Esos personajes han sido y son, en muchos momentos de estos tiempos solitarios y extraños, más reales para mí que la mayoría de la gente con la que me cruzo en la vida (¿)real(?).

He releído mucho, he reflexionado sobre qué me gustó en los libros que me gustaron. He vuelto la vista hacia esa literatura llamada de evasión y he conseguido volver a leer a buen ritmo, e, incluso, volver a escribir a ratos. Han surgido a mi paso (con una serendipia escalofriante) estudios técnicos, artículos, tesis, cuestionamientos sobre los límites entre alta y baja literatura (lo mío son los límites siempre, si antes era entre los géneros, ahora es entre lo popular y lo culto). Y tengo mucho que contar al respecto de este nuevo camino, pero no hay un plan. Sólo sabré unir los puntos cuando estén en el pasado y se presten a formar parte de una narrativa inventada. De momento, todo es mucho más intuitivo, más difuso, que cualquier trabajo intelectual que quiera vender luego como plan trazado.

En medio de todo esto, con cuestiones abiertas y en búsqueda, ha llegado a mí Mexican Gothic (Gótico en la traducción española) de Silvia Moreno-Garcia. Se trata de una novela gótica que tiene lugar en México en medio de la cuestión colonial y que cumple con todo lo esperado del género. En la portada, una cita de The Guardian dice que se trata de un encuentro entre Lovecraft y las Brontë. A mí me ha parecido que hereda directamente de La posada Jamaica la frescura, la revisión y el aire cinematográfico (no me cabe duda de que acabará en adaptación, o no es duda y es esperanza).

Confieso que en los primeros capítulos estuve a punto de abandonar. Aquello parecía abaratarse con el aire de un bestseller de los de vocación, la peli de sobremesa de Antena3. Pero, poco a poco, he sido abducida. El resultado final me parece sobresaliente. Hay aspectos que me siguen pareciendo quizá mejorables, quizá no del todo a mi gusto, pero, desde luego, la coherencia de la trama y la falta de truco (todas las cartas están sobre la mesa desde el principio) me parecen de una dignidad más que encomiable.

Pero, sobre todo, lo que me ha hecho volar la cabeza es el lugar que este libro ocupa entre alta y baja literatura. El lugar desde el que se escribe. Es el diapasón para afinar mi propia escritura. Ese estrato poco valorado de la literatura de calidad que no será considerada alta literatura, al menos no por sus coetáneos (ay, cuánto que contar al respecto; el canon y sus cosas…).

Dejo pendiente una ampliación de estas reflexiones para cuando las piezas hayan encajado en mi cabeza, pero, mientras, estoy entregada a una investigación que, en sí, es evasiva y disfrutable y, encima, me lleva a través de lecturas embriagadoras y deslumbrantes. Un laberinto.

Y por supuesto, recomiendo esta novela en esta reseña que no lo es, sin desvelar nada, porque ese descubrimiento es también parte del gozo de su lectura y porque sus parámetros de género están tan claros que poco necesita para promocionarse.

Y acabo como solía acabar estas cosas: ¡leed, insensatos!

23 de julio de 2020

Presidios


Presidios

Tiene un laberinto tatuado en la piel. Unos días tiene salida y otros es irresoluble. No hay Teseo ni Ariadna, pero a menudo le parece que, posando los dedos sobre la piel, puede sentir cómo retumba cada paso del minotauro.


Prisoner

A labyrinth tattoed over the skin. Some days it is possible to find the exit, others is irresolvable. There is no Teseo, neither Ariadna, but it frequently seems that, under the fingers slightly touching the skin, a thunder can be felt for every step of the Minotaur.

Intervención de un ejemplar de Funámbulo


Estamos viviendo tiempos inciertos, gestionando emociones, miedos y cambios. En medio de todo esto, y en pleno confinamiento obligado por el COVID-19, se me ocurrió intervenir un ejemplar de mi libro Funámbulo con unos dibujitos. Ha sido una actividad de consuelo mental, de terapia ocupacional, la vuelta a la literatura y el arte como modo de supervivencia. Así quedará con la esperanza de que tenga que existir para recordar este tiempo que, ojalá, olvidemos pronto.

22 de mayo de 2020

La autopsia de la sirena


Ya los blogs no son lo que eran y éste ha permanecido en silencio por casi un año. Un año en el que han pasado muchas cosas, sobre todo últimamente. De la presentación, firmas del libro, charlas... ha quedado testimonio en otras redes sociales más populares en la actualidad que los blogs, más inmediatas. Y en estos últimos dos meses, parece haber transcurrido una vida, un cambio de ciclo con la sacudida que ha tenido nuestra realidad por la pandemia mundial del SARS-CoV-2.

Quería, sin embargo, dejar por aquí un vídeo que hice en su momento para la promoción de Funámbulo. Una creación audiovisual en torno a uno de los micros que, aunque es casera y defectuosa, me parece lo suficientemente próxima a la idea que tenia en mente, como para volver a ella de cuando en cuando.

13 de mayo de 2019

Antología de minificción española e hispanoamericana en redes



Recientemente se ha publicado la Antología de minificcion española e hispanoamericana en redes de la revista de ficción breve peruana Plesiosaurio. Me honra compartir cartel con excelentes compañeros de microandanzas.

Además, en la publicación se incluye una breve poética de cada autor que resulta más que interesante para corroborar la multiplicidad de voces y maneras en la literatura. También se incluye, claro, un breve apunte sobre cuál es mi posición a la hora de escribir en este género.


Espero que disfrutéis con la lectura.

14 de marzo de 2019

Funámbulo



Hoy sale a la venta mi libro de microrrelatos Funámbulo. Edita Maclein y Parker, mis editores-hados madrinos que le han dado cuerpo a un libro que llevaba mucho tiempo viviendo sólo en mi cabeza.

Se trata de un libro de experimentación y búsqueda en permanente lucha con los desequilibrios de poner palabras a lo que no se deja verbalizar, de dosificar la emoción y la historia, de equilibrar la pirotecnia y la capacidad de alcanzar al lector... Un trabajo de largo recorrido que se condensa en este pequeño volumen de micromundos y microhistorias.

El libro está dividido en tres partes: origen, cable y destino que se corresponden con el camino de un funámbulo en una de sus performances. El primer bloque de micros, origen, recoge textos más líricos que, dosificando una narratividad mínima, se mueven en el límite donde la prosa poética se adentra en el microrrelato. Así fue mi descubrimiento del género, desde la escritura de una poesía que se me volvía cada vez más narrativa me encontré en la necesidad de explorar otro género donde dar cabida a las historias, atmósferas, personajes y anécdotas que sentía la necesidad de verbalizar. El segundo bloque, cable, recoge micros más ortodoxos en una exploración del catálogo de recursos que habitualmente se usan en el género. Siempre llevando la herramienta al uso más cercano a mi forma de hacer, he buscado en ese bloque de textos cuál debía ser el camino para integrar los modos ya conocidos en mis intentos por acercarme a los terrenos imposibles de mi propio lenguaje. El último bloque, destino, recoge micros en los que llego a un cierto acuerdo entre los esquemas habituales del género y mi propia tendencia lírica, de temas, de dosificación de emoción e historia... Este acuerdo de equilibrio servirá de punto de partida para nuevas búsquedas y nuevos paseos por el cable.

Ojalá este libro se encuentre con sus lectores. El manuscrito ya supo buscar los suyos, esperemos que su versión oficializada corra la misma suerte. Diré, como Derrida al defender su tesis, que este momento, pospuesto y excluido tanto tiempo, tiene lugar finalmente envuelto en un carácter de irrealidad e improbabilidad, incluso de improvisación.