15 de enero de 2012

Tangram. Juan Carlos Márquez.


No empiezo el año con el ingenuo propósito del pasado de volver a reseñar. Sé que el día a día me acaba pudiendo y que es imposible que mantenga un ritmo decente de reseñas -a su vez decentes, claro-, al menos por ahora. El caso es que entre mis encuentros literarios de los últimos tiempos hay algunos libros que sí que quiero destacar y comentar. Creo que merecen ser más conocidos de lo que son y que estoy en la obligación, como lectora agradecida, de impulsar el boca a oreja -si es que quedan orejas por aquí-.

El primer libro del que quiero hablaros es Tangram de Juan Carlos Márquez. Es un libro que promete ser novela pero que es en realidad una apuesta arriesgada entre géneros de esas tan difíciles de encontrar en las librerías. El título hace referencia a un juego tipo puzzle chino y, por algún extraño motivo, al librero que me lo vendió le sugirió que debía enviarme a la sección de esoterismo. Y aunque el libro se encontrara en novedades de narrativa, algo de razón llevaba el señor librero con su error, porque es un libro que lanza a un grupo de historias a conjurar una danza contra el lector en medio de un palacio de espejos. Vemos fragmentos, escorzos de estas historias e imaginamos el resto, pero nos queda siempre la certeza de que más allá debe de haber mucho más.

El autor, Juan Carlos Márquez, tiene una prestigiosa trayectoria en el género del cuento y si decir que Tangram es un conjunto de cuentos entrelazados es una desleal incorrección, también lo es decir que es una novela -o nouvelle si se quiere-. En el primer caso, estaríamos pasando por alto que la historia global sí que existe más allá de esos instantes que podemos curiosear a través de cada capítulo, es la música que bailan estos fragmentos y que está premeditada y destinada a ser descifrada por el lector. Y en el segundo caso, si dijéramos que es una novela, ignoraríamos la estructura de fotografías completas, de textos independientes capaces de expandirse, de cada uno de esos capítulos que, puestos a ser incorrectos, sólo pueden escapar de la cabeza de un cuentista o un buen fotógrafo.

La historia subyacente es un thriller contado con un refrescante humor negro, irónico y poético a un tiempo. Este aire desenfadado fue uno de los atractivos que me hizo acercarme al libro -la editorial tuvo a bien hacer público un capítulo- y otro de ellos, la precisión del lenguaje. Caigo en repetir y repetirme si digo que debería darse por descontado que un libro estuviera bien escrito, pero como todos sabemos ya que eso no es siempre cierto, pues digamos que lo bien escrito que está éste es su segundo gran punto a favor. El primer capítulo y sus personajes me parecen ejemplares en esta línea de maestría y humor y creo que es uno de los mejores fragmentos, capítulos, ¿cuentos?, del libro.

Pero creo que los primeros capítulos también resultan ser los mejores -al menos en una primera lectura, que no he repetido aún, que conste- porque cuenta a su favor con la novedad. Y es que a lo largo de la lectura empecé a tropezar con las explicaciones y un cierto ritmo de parada en los matices que me fatigaba un poco. Lo que en un principio era ingenioso y refrescante como he dicho, acababa por cansar y a veces me perdía en un exceso de metáforas y subordinadas y echaba de menos -y en esto me hago eco de otras críticas- un cambio más radical de voz para cada personaje, un ejercicio más extremo de diferenciación entre sus lenguajes y alguna aproximación más directa al meollo del asunto. Creo que también me impacientaba la intriga por desvelar el misterio, todo sea dicho.

Es un libro que hay que leer, sobre el que hay que pensar, que hay que disfrutar. Uno de esos hallazgos literarios cuya reflexión es más larga que su lectura y no digo poco. Así que, señores, cómprenlo, léanlo y recomiéndenlo.