18 de febrero de 2014

Hola de nuevo


Pasarela

Los problemas empezaron cuando al cruzar los puentes quedaba siempre del mismo lado. Luego, las puertas que devolvían a la habitación de partida. Pronto, la vuelta en el colchón que lo retenía en aquella postura: víctima del rayo de luz en los ojos. El pedaleo de una bicicleta que lo conducía siempre al portal del que salía. Pero a todo se adaptó sin una queja. Sólo lamentó cuando los adioses se volvieron hola de nuevo.

Fotografía de Javier Prieto

13 de febrero de 2014

Atarazanas




El próximo lunes 17 de febrero se inaugura la exposición Atarazanas de Fotógrafos Sevillanos y Spotting Andalucía en la Casa de las Sirenas en la Alameda de Hércules (Sevilla). Podréis disfrutar de unas increíbles vistas de las Reales Atarazanas hasta el 28 de febrero.

Además, os invito con interés personal a que la visitéis ya que estará expuesta una fotografía de Javier Prieto acompañada de un microrrelato mío.

Quiero aprovechar y dar de nuevo las gracias a la organización por invitarme a participar :)

12 de febrero de 2014

Piano de Cuerda


Había brotado, en medio del huerto, un imponente piano de cola pero nos sorprendió más la coronilla entre las coles. Por no saber cambiar el hábito la fuimos regando. Así, acabamos viéndole la cara al señor del chaqué que crecía con los ojos cerrados y los brazos pegados al cuerpo. Le quitábamos la tierra de los bigotes y cortábamos las guedejas que se escapaban de una trenza que le recogía el pelo. Vino el invierno y el piano se cubrió de musgo y setas, seguramente inservible ya. El señor del chaqué aguantó mejor el mal tiempo pero empezamos a descuidarlo. Temíamos que abriera los ojos con ganas de concierto.

Micro participante en el concurso Relatos En Cadena que marcaba la frase de inicio

Era inevitable que el piano fuera de Cuerda...



Mejor si lo lees con el aria Lascia ch'io pianga de Haendel de fondo ;P

6 de febrero de 2014

Los vasos justos y Famadihana


Los vasos justos

Suspiró profundamente y recogió dos cubiertos que habían caído al suelo. Aunque dudó un instante, acabó por echárselos al bolsillo del mandil con intención de sustituirlos por otros limpios. Recompuso el orden en la mesa y como último toque, alisó el mantel con el canto de la mano. Tras un viaje a la cocina y con los cubiertos repuestos, marcó el número de la policía. Les habló de los cuerpos vencidos sobre los platos, de cómo consiguió el veneno, del cuidado que había puesto aquella noche en la presentación de la cena y del fastidio cuando uno de los agónicos manoteos dejó caer un vaso que, desportillado, acababa con la perfección del crimen.


Famadihana

Suspiró profundamente y recogió dos cubiertos y bien atados. Luego, otros dos con las bolsas abiertas. Se podían perder los huesos más pequeños, debía tener cuidado.

Había preferido preparar una fiesta íntima en su propia granja. Sólo él, Mary, Helena y los hijos que tuvo de cada una de ellas. Pero el baile había sido triste incluso entre las nieblas del vino. Se sentía cansado.

No estaba seguro de querer cerrar la tumba de nuevo. Ayudó a su decisión que la mano de marfil de Helena asomara por un hueco de su bolsa y entrelazara con él los dedos como en una invitación a bailar.


Micros participantes en el concurso Relatos En Cadena que marcaba la frase de inicio

3 de febrero de 2014

Reflexiones «improvisadas» previas a la Jam Session de La Mercería Café Cultural



Advertencia: todas las opiniones vertidas en este post están sujetas a discusión incluso conmigo misma.

Hace unos días Eduardo Cruz Acillona, como coordinador del ciclo de Jam Sessions de Microrrelatos Tela por Contar en La Mercería Café Cultural, me invitaba a participar pasado mañana (miércoles día 5 a las 21'00h, no faltéis) como narradora. La primera reacción fue la habitual en mí: un rosario de agradecimientos que acaban por agotar al otro (y es que me pongo un poquito pesada). Pero después vino la reflexión: ¿una Jam Session? ¿Como en el jazz? ¿Improvisación? ¿Y cómo voy yo a defender la improvisación en la creación de microrrelatos si precisamente es mi batalla personal la contraria: jurar y perjurar que escribir micros es cualquier cosa menos fruto de la improvisación?

Ahí empezaron los problemas. Pero como soy de natural testarudo, antes de quemar las gafas de pasta, pensé que igual debía documentarme un poco y por lo que he leído concluyo que la improvisación en el jazz no era lo que yo creía y que igual, sólo igual y un poquito, el acto creativo, la concepción que da lugar a un micro (quizá a otros géneros breves como la poesía también, o la semilla de un cuento...) se parece de alguna forma a un solo improvisado que tiene lugar en la cabeza del escritor en la soledad de su habitación o en una cafetería abarrotada en la que nadie le mira (si le miran es porque le está perdiendo el postureo). Lo que sigue es sólo una relación de ideas, reflexiones sin madurar en torno a lo que he leído y a lo que me sugiere la sesión del miércoles y su propuesta. Espero que alguien le resulte interesante y le dé qué pensar.

Resulta que hay un orden dentro del caos de una improvisación de jazz. Según los entendidos al inicio y final de cada pieza de jazz, se presenta la melodía o head. Es un elemento pre-compuesto que sirve de marco estructural y leitmotiv durante la ejecución. El tiempo de que dispone el solista para improvisar está tasado (también el orden en que interviene cada intérprete del grupo, pero ignoraré esto porque los micros solemos escribirlos en soledad). La conclusión de todo esto es que en esa aparente fluidez natural y sin supuesta preparación previa, se esconde una estructura, un orden.

No se me ocurre que los microrrelatistas trabajemos con un head pre-compuesto (salvo cuando nos presentamos a Relatos en Cadena de la Ser con la dichosa frase de inicio) pero sí que tenemos reglas en mente: las reglas del género. Sabemos que no podemos prolongar la extensión, que tenemos que economizar, sugerir, mostrar, usar referencias conocidas del lector, guiarle, ser narrativos, cuidadosos, limpios, ordenados (…). Tenemos un esquema mental sobre qué es un microrrelato, y esas reglas son nuestro marco estructural.

Pero es que además, al seguir leyendo sobre estas melodías de base o heads, seguí encontrando similitudes porque los heads pueden ser modificados y suelen, de hecho, sufrir variaciones de una interpretación a otra (yo colecciono versiones de Summertime y Caravan como quien colecciona sellos). Así que si las reglas del micro podrían considerarse nuestros heads, estas reglas, todas, están sujetas a ser rotas, subvertidas (con orden, ya veremos) a cambio de una legítima búsqueda, tanto en jazz como en literatura (en el arte en general): la de la experimentación, la búsqueda del estilo propio, la aportación original, la emoción...

Pero esta ruptura con las reglas no puede ser totalmente anárquica, tiene que tener una coherencia interna. Los entendidos del jazz la exigen a las interpretaciones improvisadas así que yo, hoy, en este momento de reflexión enajenada, también. Hay coherencia en cualquier texto de Faulkner, de Joyce,... de cualquiera de esos autores que parecen improvisar con las palabras (incluso de muchos vanguardistas si exceptuamos el Dadá) y que bailan, que nos cogen de la mano y nos arrastran pero no nos sueltan nunca, no nos dejan caer.

Y esa coherencia interna se basa bien en el propio head, es decir, en las reglas del microrrelato, sobre todo cuando se es novel en la improvisación, pero también, volviendo al jazz, en cómo situar los acordes, en la relación escala-acorde, la organización interválica y la forma. Y eso en el mundo literario no es más que hablar de la base de los recursos literarios: metáfora, aliteración, epifonema, epanadiplosis, deixis, preterición, esticotimia... (he elegido los nombres más exóticos porque para eso llevo gafas de pasta). Cuando un músico deja de tocar de oído empieza a utilizar todo su arsenal de conocimiento teórico para estructurar su discurso, para dotarlo de coherencia. Igual hace un autor.

A los buenos intérpretes de jazz se les exige un pensamiento teórico en el que la teoría sea un «factor generador de discurso» que libere al novel de la esclavitud de las musas (escribir ya no depende de la inspiración sino de un acto consciente de elaboración) y también actúe «como red conceptual» dando coherencia al todo. Pero no habrá baile sin ritmo y también hay que aprenderlo.

Y ahora seguro que hay quien piensa que dónde está la emoción aquí, dónde está la historia, la fábula, lo que atrae a la mayoría de lectores hacia un texto, pero también pusieron nombre a esto en el jazz: el groove, el mood. La interpretación tendrá como base una emoción o nos dejará fríos (¿habéis bailado alguna vez con un principiante de academia encorsetado en sus reglas recién aprendidas?). Y así, esa improvisación, ese baile tan aparentemente espontáneo, será en realidad una lucha de equilibrios: entre la emoción, la coherencia, la técnica y el ritmo, entre el mood, el grovee, la melodía, los acordes, los pedales y el swing o sólo habrá caos y soltaremos la mano de nuestra pareja de baile con los pies reventados y la mayor desconfianza hacia su habilidad.

Pero es que, además, ¿y si la pareja de baile se parece a otras tantas? Tampoco habrá seducción (¡ah! ¡Ya salió! ¿No es siempre esto la literatura? Un juego, una seducción del escritor al lector). Hay que ser únicos, distintos, tener una voz propia. ¡Qué complejo todo! ¡Qué difícil!

Así que parece que la improvisación, si quiere dar lugar a la coherencia, al baile sin tropiezos, sin caídas, suave y fácil como si no costara nada, tiene que basarse en un fuerte conocimiento de los recursos. ¿Estoy diciendo que un escritor sin conocimiento teórico no puede escribir microrrelatos? Pues... la verdad es que sí, es exactamente lo que estoy diciendo. Pero matizo... el músico novel puede tocar de oído, y el escritor novel también puede hacerlo. Hoy en día el microrrelato empieza a ser un género más conocido y son muchos los que se acercan a él y de estas primeras aproximaciones, resultan ejecuciones más o menos acertadas que a veces se basan en unas cuantas reglas aprendidas por intuición e imitación, un soniquete similar, una estructura, un léxico idéntico... Buenos inicios de, en ocasiones, muy buenos oídos, pero que no dan lugar a las interpretaciones, a los micros que nos interesan a los lectores apasionados (yo de jazz no entiendo pero de literatura aspiro a entender un poco): esperamos que esos intérpretes revelen su verdadero talento y para eso, tendrán que aprender mucho y romper muchas reglas pero de una forma coherente. Ahí es cuando los lectores ansiosos disfrutamos de estos bailarines expertos y nos dejamos arrastrar sin dudas: seducidos.

Cuando uno piensa en improvisación, cuando yo pensaba en la Jam Session, no acierta a imaginar la preparación, el trabajo, el estudio que requiere el ser capaz de llevar a cabo ese supuesto acto creativo espontáneo, la falsa imagen que resulta de que un genio, con muchas horas de trabajo, haga fácil lo difícil. Mi conclusión es que no hay nada menos improvisado que una improvisación.

Por suerte, ni los escritores de microrrelatos ni yo (ahora me quedo fuera no sé por qué), nos vemos en la obligación de improvisar más que en privado y luego tenemos tiempo de rectificar, de corregir, de pasar de nuevo la cinta y mover un pie aquí, un pie allá, un brazo más arriba o más abajo. Pero luego llega la pareja de baile y ahí ya no hay enmienda posible. Alargas la mano y si tienes la suerte de que un lector se deje arrastrar a la pista de baile, tienes que haber puesto en equilibrio tu técnica, tu ritmo, tu emoción o no va a funcionar y pisarás a tu pareja o peor, la dejarás caer. Me alegra haber encontrado esta imagen y pensar en cada lectura como un baile, es romántico, y en el caso del microrrelato, por su concisión, su brevedad, su impacto, por la importancia del ritmo, quizá resulta una metáfora muy ajustada.

Yo, como escritora, aspiro día a día a que mi baile parezca más improvisado cuando cada vez lo es menos.

Pero lo del miércoles entonces, ¿de qué se trata? Se me invita a leer micros que no son improvisados y al público también. Además se propondrá alguna actividad in situ... Para mí también habrá sorpresas. El conjunto, de hecho, será una sesión de intercambio de textos espontánea e imprevisible. Pero realmente, reflexionando de esta forma mía (pienso demasiado, es uno de mis defectos) creo que a lo que nos invitan es a una sesión de baile. El miércoles nos reunimos un grupo de personas, cada una con su bagaje personal, teórico, de ritmo, de conocimiento, de intereses. Está por ver qué pasará, nos ponen música y hay que moverse, porque al final y después de todo, bailar, leer, escribir y hacer música sirve, además de para otras cosas, para ser libres aunque sea por un momento.