28 de marzo de 2016

Dejarse flequillo



Hablar de un libro que ha escrito una amiga no es fácil porque te compromete en una lucha entre la sinceridad y el cariño y una misma no sabe dónde va a empezar una y acabar el otro (y viceversa). Pero creo sinceramente que hacerle un poco de promoción desde este rinconcito (pequeño pero mío) es de justicia porque el libro es bueno, sí que lo es.

“Dejarse flequillo” de Silvia Hidalgo viene editado bajo la etiqueta de “novela juvenil” y creo que sí, que puede tener acogida entre un público joven, pero como las buenas obras, cuenta con las suficientes capas de lectura como para que un lector adulto y exigente se sienta también muy satisfecho.

Quizá lo que más acerca la novela a esa categoría de “juvenil” es el lenguaje: totalmente transparente, aséptico, limpio. Como si eso fuera fácil, claro. No hay barrera entre la historia y el lector y a veces se agradece también una lectura cómoda que potencie más la historia que la forma (y sí, soy yo la que está diciendo esto, no me he vuelto loca, es que tengo mis momentos como todo el mundo). Y es que la autora se puede permitir el dejar todo en manos de la historia y los personajes porque son suficientemente atractivos como para sostenerlo todo.

La trama gira en torno a Jota, una chica de un carácter fascinante, madura hasta lo inverosímil pero que mantiene la “rabia insolente de su juventud” (Héroes del Silencio dixit) y eso nos acerca, con nostalgia o sin ella, a esos yoes nuestros que aplacamos (o lo intentamos) conforme nos vinimos haciendo adultos. Jota está jodida (es @JotadeJodida en twitter), jodida de realidad. Su lucidez es un tanto aterradora y su madurez para afrontarla podría poner en peligro la credibilidad del personaje si no fuera porque diría que una parte de Jota sigue deseando no estar jodida y eso equilibra todo: lo desea con todas sus fuerzas aún cuando sabe que nada va a cambiar y así lo exprese con descreimiento y algo de chulería (algo falsos después de todo). Y si bien sus propias perspectivas cambian poco, logrará que a lo largo de la novela las cosas cambien para quienes la rodean.

¿Pero qué es lo que tiene tan jodida a Jota? Jota es una chica normal, de barrio obrero, una de tantas, que pasa del colegio de monjas al internado gracias a alguna gamberrada sobredimensionada por unos padres que esperaban que fuera una dulce princesita, sumisa y obediente, que ella nunca va a lograr ser. Con esta capacidad mía para hermanar libros siguiendo criterios bastante personales y cuestionables, pensaba que de alguna forma había parentesco entre Jota y las tres protagonistas de la Trilogía del Mar de Esther Tusquets (toma ya, ¿eh?). Me explico: ninguna de las tres protagonistas de Tusquets tiene motivos físicos y reales sean de tipo económico, moral, de salud… para justificar para un lector poco sensible sus neurosis excesivas, su hiperestesia y su dolor y, sin embargo, ahí están sufriendo. El lector más sensible y maduro sabe que el sufrimiento se justifica de otras formas muy sutiles y todos tenemos nuestra ración que por ser nuestra será siempre única. Bien, el caso es que si los personajes de Tusquets viven en medio de su neurosis, Jota ha sobrepasado el otro lado de la depresión o la autocompasión (aparte de que las extracciones sociales de estos personajes serían diametralmente opuestas: de lo burgués a lo obrero) y ha resurgido del otro lado con la lucidez de que el daño ya está hecho, que nunca será la persona que podía haber sido y que no hay otra que seguir adelante del modo que sea. Sus carencias, las que la han jodido de verdad son unos padres ausentes, una soledad instalada a fuego dentro de ella misma y ese pellizco en la autoestima que queda para siempre tambaleándose en el niño que no se ha sentido nunca querido plenamente. Jota busca y teme el cariño en los otros, pide poco de las relaciones con los demás, se alegra con lo que obtiene y mantiene a raya el que podía ser su delirio natural sobre relaciones perfectas compensatorias (quizá su amistad con Mario se pueda haber convertido en esa compensación, aunque quizá sólo lo sea por idealización póstuma). Su futuro es incierto porque ella misma no sabe qué puede hacer con su vida, sobrevive en el día a día y trata de avanzar como puede en medio de lo que se espera de ella y lo que ella debería esperar y no sabe ni qué es.

En el transcurso de la trama Jota se enfrentará a la figura de esos padres a los que siente como a unos desconocidos, descubrirá que como seres humanos que son tienen sus secretos, sus propias carencias, sus errores inevitables. Y aunque no sé si se reconcilia realmente con la imagen que tiene de ellos, al menos alcanza otro punto desde el que avanzar. Se produce un cambio de punto de vista y propiciará también un cambio radical en las circunstancias de todos. Sacar a la luz un secreto puede ser a veces un acto revolucionario.

Vengo quejándome a menudo de que hay un nicho no cubierto suficientemente en las librerías: el libro entretenido que no insulta tu inteligencia, que te hace pasar un buen rato, que te hace reflexionar pero no te lleva a la tortura dramática que parece haberse puesto de moda entre las grandes obras (igual porque si no lo hacen no las consideramos grandes obras). Este libro está en ese punto y me alegro. Es una muy buena primera novela y espero que no sea la última. La recomiendo vivamente y si tenéis un sobrino o sobrina en esas edades de enfadarse con el mundo de pura incomprensión (esto te puede pasar a los quince o a los cuarenta años, según cada cual) no dejéis de regalárselo que os convertiréis en el tío o tía preferido. También os dejo ser vuestros propios sobrinos, Jota no os defraudará.