21 de agosto de 2016

El límite inferior




Hace años que vengo reseñando algunos de los libros que leo en este blog. Y no, todos no, unos no los reseño porque me han gustado demasiado y me sueno demasiado fanática y excesiva y otros porque no me han gustado, bien tibiamente o nada de nada, y tengo por mala costumbre silenciar de entrada mis opiniones negativas sobre cualquier cosa –eso, en estos tiempos de redes sociales irritantes e incendiarias no es poca cosa, ¿eh?–. De todas formas, los dos supuestos anteriores tienen sus excepciones y me he propuesto que éstas sean tan frecuentes como sea posible. Primero porque una de las razones por las que una se monta un blog es para sentir que cumple con una extraña obligación autoimpuesta que a veces es lo único que nos rescata de toda una rutina que nos imponen otros. Y en segundo lugar porque un blog con reseñas en el que todas son positivas, abarata el conjunto y da la impresión de que no tengo criterio ninguno. Y esto sí que no, ¿eh? Mi fama de perfeccionista, exigente y tiquismiquis no puede permitirse un equívoco de este calado, ja.

Todo esto sirve para justificar(me) la reseña de El límite inferior, la última novela de Nere Basabe, que habría evitado en otras circunstancias. También en otras circunstancias lo habría leído con menos interrupciones y creo que esta lectura descabalada no le ha beneficiado mucho. Aún así tengo cierta confianza en mi propia objetividad (hacia mí misma, que otra no existe).

La novela parte de una idea interesante: así como la langosta en agua que se calienta poco a poco se acaba cocinando sin darse cuenta, existe para los seres humanos un punto de desbordamiento de la realidad que acaba por romperlos sin que el que se den cuenta o no sirva de mucho. Del otro lado se emerge más sabio o más desesperanzado, muerto por dentro o con intención de morirse por fuera, o más vivo si es que hay suerte.

A estas fuerzas se someten los cuatro personajes que atrapados en temporada baja en una fantasmal ciudad de vacaciones quedan aislados por un temporal que no sólo parece implicar al clima. En medio de estos tiempos de crisis económica y a merced de sus consecuencias aparecen estos personajes: un matrimonio en equilibrio inestable, un náufrago de la citada crisis que se ha reinventado como artesano de bibelots de conchas y souvenirs de playa y una autoexiliada, escondida en la piel de una guía turística para ancianos franceses que buscan la autenticidad de una prefabricada ciudad de vacaciones sobre el cementerio de un triste pueblo de playa. Los cuatro van a sobrepasar su límite inferior y se transformarán en otros, no mejores ni peores: distintos.

Como digo la idea es interesante pero la factura es dispareja: el perfil de los personajes es confuso, bordeando peligrosamente el arquetipo a veces, otras la medianía. Sus vidas se entrecruzan dentro de una trama global que no parece tener relevancia alguna y que no cautiva demasiado aún cuando pretende desentrañar ciertos misterios (la desaparición de un niño, la revelación del pasado de los personajes, la tensión sexual entre combinaciones de ellos...) o resultar incluso provocadora en algunos momentos sin provocar nada (infidelidades, ilegalidades urbanísticas, la violación de una anciana indefensa...). La prosa acumula muchos buenos aciertos dispersos a lo largo del texto: esos hallazgos del lenguaje que dan ganas de subrayar con lápiz a lo largo del libro. Pero estas perlas se pierden en una obra excesivamente introspectiva en la que lo que se quiere contar fagocita lo que se cuenta.

Aquí es interesante parar. Reflexiones de aspirante a escritora: demos por bueno, reduciendo mucho las cosas, que todo texto tiene dos lecturas, la de lo que cuenta (la historia, los personajes, la trama,...) y la del mensaje que realmente esconde, la moraleja por así decirlo. Aunque lo más frecuente es que no haya conclusión, sólo preguntas, y que más que moral a lo Samaniego se concluya con una duda, siempre sin método. Dando esto por hecho, lo que es atrevido pero nos sirve, habría dos formas de crear una historia: sabiendo de entrada cuál es y descubriendo a posteriori qué reflexión andaba oculta tras ella (su subconsciente, podríamos llamarla) y otra es saber cuál es la reflexión, la idea, la pregunta, y construir una historia para ilustrarla. Esta segunda opción es casi siempre desastrosa y en el mejor de los casos artificiosa, robótica y contrahecha en algún grado. Así es para mí y me consta que para muchos escritores: la frescura de lo que se escribe para ir descubriendo de qué se trata no se encuentra en los textos controlados y con una intención tan clara de partida que no deja margen. Esa es la magia y la condena.

No lo sé, no puedo saberlo, si la novela de Basabe se escribió bajo este segundo paradigma (que ya digo que he reducido mucho las cosas) pero me da la sensación de que todos los elementos están ahí y sin embargo, la única forma en que puedo resumir el libro es como lo he hecho en el tercer párrafo: con la metáfora de la langosta, yendo directamente a la reflexión y no a la historia.

Hay muchos libros imposibles de resumir porque en ellos el cómo es más importante que el qué pero no es ésa la razón para esta novela, en este caso culparía a la ausencia de algo que enganche al lector: todo se pierde en una neblina que envuelve los elementos que podrían ser acertados por separado pero que se desdibujan juntos; como decía, los personajes se ablandan, la trama se pierde en un forzado exceso de metraje y todo esto ahoga los aciertos lingüísticos y los convierten en pirotecnia mojada.

Lo peor de todo esto es que si bien la reflexión es muy interesante, al contarla de este modo no hay implicación emocional del lector, o no la ha habido en mi caso, y no es que la novela me parezca mala, que no, no me parece mala, es que me ha dejado que ni fu ni fa. Creo que la peor de las conclusiones de un libro es esa tibieza. Así que no puedo recomendarla hasta que una futura relectura o la lectura de otro (para eso sirve hablar de los libros) me ilumine sobre qué me he perdido en este caso. Dejaremos en barbecho todo esto de momento.