26 de noviembre de 2006

Cuaderno

Éste es un cuaderno que he forrado de fieltro y al que le he añadido un toque especial O:) (no sé si odiar a Tati o darle las gracias por darme a conocer este material :D )

Broche de elefante

De nuevo con fieltro... :P

20 de noviembre de 2006

Narcotizada como estoy por mi fantasía
estos choques con la realidad resultan cada vez más insoportables.

Sonríe. Acumula los aciertos de muchos otros como si fueran suyos. De ahí obtiene esa falsa seguridad que demuestra. Y no me duelen sus bocados.

El desprecio siempre es seco.

Ayer acabó el trabajo. El día invitaba a reunirse con los amigos. Puede que fuera viernes.

Vino a mí a lamerme las manos. Movía el rabo y jadeaba suplicante. Ese gesto inequívoco que pide una mano sobre la espalda.

Me marcho en busca de la mitad de mi otro yo. El perro da un par de vueltas sobre sí y queda solo en su caseta.

18 de noviembre de 2006

El rastro. Gloria Fuertes


Me sigue pareciendo sorprendente cuántos genios ha olvidado la historia y me sigue resultando un misterio saber qué condiciones se dan en algunos para ser encumbrados tan sobradamente frente a otros. Supongo que buscarle lógica al azar es absurdo (¿o no es azar?)

Una de estas olvidadas de la historia es Gloria Fuertes, poeta española injustamente infravalorada y desconocida. Se hizo famosa por sus poesías infantiles, aunque también escribió para adultos. Sus mayores aciertos literarios fueron su admirable sentido del ritmo, su dominio de la palabra y sus juegos y su percepción simpre viva de la alegría del lenguaje. Junto con Rafael Alberti, pertenece a ese pequeño elenco de poetas que mejor ha sabido explorar la dimensión festiva del lenguaje. Cargada de ironía, fresca y divertida, su obra es un bálsamo para los inevitables hastíos del día a día.


En "El rastro" se recogen los relatos que la autora escribió para la revista "Chicas, la revista de los 17 años" entre 1951 y 1954. Son estos una radiografía de la futura mujer de los sesenta que por fin se replantearía los tradicionales roles sociales y daría los primeros pasos hacia la igualdad de oportunidades y realización personal.

Cada uno de los relatos fue acompañado, en su publicación en la revista, de una ilustración de Antonio Mingote; en estos dibujos se basa la portada de la edición de Torremozas en la que se recopilan por primera vez todos estos relatos.

Es un libro recomendado para todos los públicos, de una frescura y originalidad soprendente.

No olvidaré nunca la vez que vi en vida a Gloria Fuertes, yo era una niña (muy muy tímida) y sé que ella se quedó esperando que mi gesto de reconocimiento pasase de los ojos redondos que puse. Siento no haber vencido mi timidez y no haberme acercado a hablarle. No olvidaré que me pareció una niña perdida en el mundo de los adultos y recuerdo claramente la sensación de desamparo que me transmitió. Ojalá la historia pudiera devolverle una pequeña parte de lo que ella regaló con sus versos.


Hay quien dice que estoy como una cabra,

lo dicen, lo repiten, ya lo creo,

pero soy una cabra muy extraña

que lleva una medalla y siete cuernos.

¡Cabra! En vez de mala leche yo soy llanto.

¡Cabra! Por lo más peligroso me paseo.

¡Cabra! Me llevo bien con alimañas todas.

¡Cabra! Escribo en los tebeos.

Vivo sola. Cabra sola

-que no quise cabrito en compañía-,

cuando subo a lo alto de ese valle

siempre encuentro un lirio de alegría.

Y vivo por mi cuenta, cabra sola,

que yo a ningún rebaño pertenezco.

Si sufrir es estar como una cabra,

entonces si lo estoy, no dudar de ello.


En los años ochenta eran más o menos frecuentes sus apariciones televisivas, tanto es así que los fantásticos Martes y Trece le dedicaron un famoso sketch que usaré como homenaje (sé que ella también sonreiría :D).



6 de noviembre de 2006

Gritaron desproporcionadamente
sin que hubiera razón.
Ella vino luego
                                    -a destiempo-
pero para entonces los gritos
                                    ya se habían esfumado.
Es jubilosa la mañana
hoy se posaron pájaros azules en mis costillas
y aletean
baten las alas ruidosas
                                           abanicos de alegría
lunares que me bailan en los ojos
y me cosquillean los talones
llenándome de música los poros

Sí que es jubilosa la mañana
que hoy no me parece la lluvia agua
y el tedio es un fantasma mítico que no recuerdo

Hoy tengo alegría pero...
                                           ¿qué
                                                     pasará
                                                                   mañana?

5 de noviembre de 2006

Fieltro++

Si ya me imaginaba yo que me iba a enviciar... Aquí mi mariquita de fieltro con lentejuelas... :P

De la alergia a la realidad

Fundamentada en una olvidada fórmula matemática, aquella progresión del clima devolvía en su gráfica la imagen de un pez gigante con una mandíbula diabólica. Sería quizá por las dimensiones de la dentadura o por el sueño provocado por las largas vigilias junto al lápiz calculador, que cuando miró el pez le pareció que tenía un extraño aire familiar. Y quizá por ese aire de genética confusa fue por lo que vino a recordar a su tío M., un hombre de piel siempre húmeda como la de un pez. Aparcó su trabajo matemático a un lado y sentenció el sueño una vez más al destierro. Se levantó de la mesa y marchó a la playa, donde tantas veces su tío M. se sentó con él a inventar cuentos imposibles que le hilvanaba salpicándolos de salivas escapadas de sus labios y sal de las olas revueltas. Se sentó en la orilla y recordó cuántas noches había pasado contando las estrellas a causa de aquella historia que a su tío M. le dio por inventar. Una desconocida leyenda que sólo unos cuantos iniciados pudieron aprender y que aseguraba que aquel mortal capaz de hacer el recuento total de las estrellas sería al fin libre de su condición y se convertiría en un gigante pez inmortal que viviría para siempre en el inmenso océano.

La mañana había borrado las estrellas. Una niebla lechosa envolvía todo y las olas batían suavemente en la orilla. Recordó la mandíbula del pez de su gráfica y le recorrió un escalofrío. Muchas fueron las noches que pasó en vela contando estrellas, sin más objetivo que alcanzar la condición de pez regio. Se imaginaba a sí mismo húmedo como su propio tío M., de quien sospechaba que conocía el cómputo total pero no lo confesaba a causa de alguna extraña elección -que nunca entendió- que debió dejarle varado del lado de los humanos, en esa soledad misántropa en la que siempre vivió, a cargo de un acuario de peces extraños que nadie visitaba ya y donde no había más que especies comunes sin interés ninguno.

De sus excesos en las noches le sobrevino una pulmonía monumental que su madre se empeñó en curar a base de brebajes de vieja, que según ella habían curado a toda la familia y no como esos matasanos de ahora que no saben de la vida más que lo que viene en los libros y eso es bien poco, cosa que sabe cualquiera con dos dedos de frente. Le visitó el paladar el sabor del caldo de pescado que su madre le hizo tomar durante semanas como único alimento. El viento le trajo un olor penetrante de mar antiguo y le sobrevino la misma náusea que entonces, cuando una noche le asaltó la idea de que el caldo aquél no podía ser otra cosa que un guiso de pez que fue hombre contador de estrellas.

El sueño le provocaba dolor de cabeza, pero el viento helado aliviaba sus sienes. La fiebre le subía todas las noches a pesar de los cuidados de su madre. Finalmente le visitó el médico, llamado por su padre, aprovechando un sólo momento en que su madre se ausentó: un domingo por la mañana cuando, sin faltar a sus deberes devotos, su madre se fue a misa, envuelta en su inevitable rebeca de lana gris y maldiciendo tener que dejar a su hijo enfermo. El médico le prohibió el pescado y todos sus derivados, aduciendo que era por una alergia mal entendida por lo que el niño se encontraba en aquel estado. Una escama envuelta en un pañuelo bajo la almohada, fue retirada de inmediato por el doctor, que no evitó una larga diatriba sobre las creencias populares que se mantenían irresponsablemente al margen de la ciencia y del progreso. Tras una fuerte discusión de sus padres sobre la conveniencia de seguir los dictados del médico, le fue retirado el caldo de pescado de la dieta y recuperó la salud en pocos días.

Pero su madre no se había dado por vencida y le colgó al cuello una medalla con un pez de plata a la que ella atribuyó siempre la curación de su pequeño. Se desnudó y contempló aquella medalla, la mandíbula del pez que le colgaba del cuello y sintió el frío sobre la piel. Se metió en el agua con los huesos conscientes de sí y los labios amoratados. Nadó un poco entre las olas, volvió a recoger su ropa y dejando un camino de sal llegó a la casa. Se secó, tomó un caldo de pollo caliente y se sentó de nuevo frente a sus papeles.

El pez de su gráfica le miró desde el cuaderno y venciendo de nuevo el sueño se sumergió en su estudio con intensidad. Al fin y al cabo el recuento de las estrellas no es tarea fácil y que un pez te mire desde una gráfica es siempre, todo el mundo lo sabe, un excelente augurio.

4 de noviembre de 2006

Arte urbano

Vía Acratania he descubierto esta recopilación de estatuas extrañas repartidas por el mundo. Para muestra un botón (bueno, dos):







Y también en el blog de Acratania un interesante artículo sobre Yukio Mishima

2 de noviembre de 2006

De agujeros negros y otros vicios

Hace unos días Tati me dio a conocer el que me temo va a ser un nuevo vicio que sumaré a los muchos que tengo: el fieltro y sus posibilidades.

El fieltro es un "tejido" caracterizado precisamente por no estar tejido, sino que es un aglomerado de fibras de distinto tipo, generalmente lana. Esta estructura hace innecesario rematar los bordes porque no se deshilacha, así es un elemento muy cómodo para trabajar con él y da unos resultados increíbles.

En mi barra de enlaces he añadido fieltromanía donde se recogen muchos trabajos hechos con fieltro. También es interesante el fotoblog de chicle de sandía.

Aquí pongo mi primera obra en tan curioso material. Dedicada a Tati por haberme picado :)

1 de noviembre de 2006

Cuentos, fábulas y lo demás es silencio


La editorial Alfaguara decidió en 1996 hacer una recopilación de la obra de Augusto Monterroso en este volumen. Se recogen en él los libros: "Obras completas (y otros cuentos)", "Movimiento perpetuo", "La palabra mágica", "La oveja negra y demás fábulas" y "Lo demás es silencio. (la vida y obra de Eduardo Torres)". Es ésta la mayor parte de la obra del escritor guatemalteco y apenas llega a las cuatrocientas páginas (recordemos que Juan Rulfo sólo necesitó una novela corta para alcanzar la gloria de los grandes) y es que a veces la genialidad no requiere grandes extensiones o producciones ingentes para manifestarse.

Habrá quien apunte que la brevedad es una de las características principales de la obra de Monterroso. Sin dejar de lado que es uno de sus rasgos ("Cuando despertó, el dinosaurio todavía estaba allí") no se puede olvidar su ácida crítica, su humor a menudo negro, su precisa visión de la realidad y del ser humano. Es una obra que por fuerza ocupa un lugar destacado en la historia de las letras por ser capaz de asumir dentro de su brevedad (!), la carga de toda una consciencia poética y vital que envuelve al lector y lo zarandea, lo convulsiona y lo devuelve a su vida común maltrecho y lúcido.

"Con frecuencia escucho elogiar la brevedad, yo mismo me siento feliz cuando oigo repetir que lo bueno, si breve, dos veces bueno.

Sin embargo en la sátira 1, Horacio se pregunta o hace como que le pregunta a Mecenas, por qué nadie está contento con su condición, y el mercader envidia al soldado y el soldado al mercader. Recuerdan ¿verdad?

Lo cierto es que el escritor de brevedades nada anhela más en el mundo que escribir interminablemente largos textos, largos textos en que la imaginación no tenga que trabajar, en que hechos, cosas, animales y hombres se crucen, se busquen o se huyan, vivan, convivan, se amen o derramen libremente su sangre sin sujeción al punto y coma, al punto.

A ese punto que en este instante me ha sido impuesto por algo más fuerte que yo, que respeto y que odio."
("La brevedad")


Es este un libro de cabecera al que volver una y mil veces es siempre un placer. Una lectura recomendada. Latigazos de consciencia vital y estética para todos los públicos.