14 de octubre de 2005

Tercer viaje



Tengo grabada en mi mente una imagen de mi infancia. No tengo ni idea de qué juegos olímpicos fueron aquellos, o de si se trataba de un campeonato de atletismo, no sé; lo que sí recuerdo claramente es la imagen de una atleta que desfallecida caía y volvía a levantarse una y otra vez tratando de llegar a la meta. Alguien, no sé si su entrenador, la sostuvo y la ayudó a finalizar la carrera, porque era claro que no estaba dispuesta a abandonar aunque su cuerpo se negara a avanzar. Aquellas imágenes dieron la vuelta al mundo como prueba del afán de superación y de lucha de los deportistas. A mí se me quedaron clavadas como la muestra más clara de la fuerza de una voluntad humana enfocada a un objetivo. Aquella mujer se convirtió en mi heroína.

Últimamente la imagen de aquella atleta vuelve a asaltar mi mente a menudo y, sin saber muy bien porqué, ha venido a convertirse en portadora de una duda. Ahora lo que me parecía a todas luces un icono de la heroicidad del ser humano, se antoja a mis ojos más bien como una representación grotesca de cómo los sacrificios y la lucha por conseguir algo pueden convertirse en algo más grande que el propio yo. Cómo aquella atleta no podía parar, no porque quisiera superarse y no dejarse vencer por las limitaciones de su cuerpo, sino porque llegar allí le había costado un precio tan alto que no se podía pagar con una derrota. Sencillamente tenía que seguir adelante o todos los años de preparación, lucha, sacrificios... habrían sido en vano y eso era algo simplemente inasumible. Ahora dudo cuál de las dos interpretaciones es la correcta. Dudo, al fin y al cabo, si su lucha merecía la pena, si era tal o si ella no era más que un ser humano más arrastrado a lo largo de un callejón sin salida empujado por sus propias renuncias, por sus decisiones...

Ojalá aquella atleta me hubiera seguido recordando la fuerza de la voluntad humana, porque entonces la habría tenido olvidada, como todos estos años atrás. Pero ahora que esta imagen ha venido a revisitarme y a sembrar en mi la duda no puedo quitármela de la cabeza...

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