1 de mayo de 2007

Música de cañerías


Bukowski empieza donde acaba Carver. Lo que en el segundo es ominosa sombra sobre las vidas de sus personajes, en Bukowski es pesadilla hecha realidad.

Sus relatos postmodernos diseccionan una sociedad de seres alienados y perdidos. El sexo, las drogas, lo escatológico, lo soez, es sólo el envoltorio de una profunda meditación sociológica y humana. Bukowski se aleja radicalmente del intelectualismo en las formas pero alcanza, mediante la eliminación de todo recurso lírico o eufemístico, una eficacia demoledora. La sencillez es quizá el canal más apropiado para los mensajes complejos.

Sus personajes acabados, fracasados, confusos, se dibujan en medio de un mundo al que no pertenecen. El estupor de su propia consciencia es en Carver una promesa de apocalipsis y en Bukowski un completo infierno. No hay salvavidas, ni siquiera esperanza a la que aferrarse. Más descarnado que en el peor Sartre, su existencialismo es corrosivo y deja al lector desnudo ante sus propias miserias.

Porque esa es la consecuencia de su transgresión aparentemente adolescente: demoler las defensas que a base de mojigatos prejuicios nos construimos los seres socializados. Tras cada atrevimiento el lector queda más y más solo ante la verdadera estructura social. Se desvanece el punto ciego que nos permite mirar al mundo olvidando su peor parte.

Una lectura poco recomendable para seres sensibles por dura y sísmica y sin embargo, apropiada para mentes sedientas de expansión...