21 de marzo de 2012

A propósito del día de la poesía

Después de leer un montón de chorradas hoy al respecto del día de la poesía, creo que estoy en la obligación moral de decir un par de cosas. Aquí una que está cansada de decir que escribe poemas e inmediatamente ver que se dibuja en quien la escucha ESA SONRISITA condescendiente. Esa que delata la imagen que se acaba de formar en su cerebro en la que aparezco yo misma dando saltitos a través de un campo de amapolas con un cestillo en el codo y un vestidito con lazo envuelta por mariposas de colores... O peor: derrotada ante una mesa llena de pañuelos usados y un par de botellas vacías (es de noche, hay tormenta, la mesa es de caoba, yo voy vestida de negro y hay un gran ventanal con cortinas púrpuras... ¿por qué? No lo sé, son los demás los que lo piensan...)

Vamos a lo que vamos: andan preguntando por ahí para qué sirve la poesía. La respuesta es simple: la poesía no sirve para NADA. Podríamos sobrevivir perfectamente sin ella. Que sí, que es verdad, que no me pongo trágica. Si no dime tú, déjate de cuentos, respóndete a ti mismo ahora que no te oye nadie: ¿cuándo leíste por última vez un poema? ¿Y te has puesto enfermo o algo por no leerlos? No, ¿verdad? Vamos, para lo mismo que la pintura, la escultura... ¿cuándo fue la última vez que fuiste a un museo? Pues eso... para nada.

Y es lo mismo con todas esas cosas que tampoco sirven para nada: pararse a oler la calle cuando ha llovido o levantar la cabeza para ver el arcoíris, detenerse a observar las arrugas del anciano que se ha sentado frente a ti en el autobús o sonreír a la cajera del supermercado, dar los buenos días por la mañana con una sonrisa que no sabes de dónde sacar. Que si no haces nada de esto, que no pasa nada hombre, que se sobrevive.

También podríamos sobrevivir sin pararnos a analizar por qué esa persona a la que creías caer mal hoy te ha sonreído o por qué en la reunión te ha apoyado el otro a pesar de su propio perjuicio, o qué extraña razón ha llevado a ese desconocido que se ha sentado a tu lado en el metro a contarte su vida con pelos y señales como si esperara algo de ti.

Y claro que podríamos sobrevivir sin mirarnos al espejo, sin pensar por qué hacemos las cosas que hacemos, si queremos o no y qué y a quién. Además, cuánto tiempo ahorraríamos, ¿no? ¿Qué más da si lo que siento es melancolía o nostalgia? ¿Si es tristeza o desesperanza? ¿Importa algo?

Y más allá, me consta que se puede vivir perfectamente sin pensar que entre palabra y palabra -de esas que decimos y escribimos, que leemos en el whatsapp y en el facebook, que nos dice quien se cruza con nosotros- hay una parte de lo que queremos decir y de lo que quieren decirnos que nunca se expresa. Que ya hay que estar aburrido para obsesionarse con esas lagunas en el mensaje y con querer cazar de algún modo esos pensamientos extraños -e inútiles y poco prácticos- que no se dejan verbalizar con el uso habitual de nuestro lenguaje. Esos que se nos acumulan hasta convertirnos en viejos. Pero bueno, se puede elegir como hobby, qué se yo, como el que colecciona sellos o hace torres de palillos de dientes. Tampoco es eso delito, ¿no? Con algo habrá que entretenerse.

Y ya digo, que para nada, que no sirve para nada. Sin embargo, siempre me he preguntado algo a lo que no le he encontrado aún respuesta, algo que siempre me ha sorprendido: el hecho de que los artistas siempre se hayan exiliado en tiempos de guerra, que hayan sido apresados, juzgados, perseguidos, y si no, como poco observados de cerca ¿tiene algún sentido? Y andando más por casa, me pregunto hoy cuando leo lo que leo por qué les indigna tanto y a tantos este hobby inocuo. Nadie odia, creo yo, al de los sellos o al de los palillos, todo lo más una burla si se acuerdan de que existen.

Y para lo que ya sí que no tengo respuesta es a por qué, a pesar de todo, de lo inútil, de lo vano, hay quien se para a oler la calle cuando ha llovido, quien considera la sonrisa del enemigo el mayor triunfo, quien se conoce tanto como para distinguir sus melancolías de sus nostalgias y quien se duele de que entre palabra y palabra se nos vayan tantas cosas, hasta el punto de creer que esas, precisamente esas, son las únicas que merecen la pena.

6 comentarios:

juanlufont dijo...

Señorita Fraguel, tanto como no servir para nada ... escribir poesía merece la pena y se justifica tan sólo por la remota posibilidad de que algún artista maño decida reutilizar tus versos sin citar las fuentes :P

En otro orden de cosas, me gusta mucho (qué raro!) tu reflexión ;)

juanlufont dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
Rosita Fraguel dijo...

Desde luego... Es uno de mis deseos inconfesables: que Bunbury me plagie XD

Anónimo dijo...

La Poesía sirve para dejarnos paralizados. Y pensativos. Y cambia la forma de ver el mundo. Por ejemplo, cuando uno se encuentra con esto:

Chatarra que sueña
en las escombreras
el arrabal de la vigilia
creando mundos
para echarlos de menos

Qué suerte tiene uno al encontrar cosas así. Enhorabuena por tu talento, Rosa.

Anónimo dijo...

¡Resulta que se puede viajar en el tiempo!. Tú escribes los versos que cité en el comentario anterior, en octubre, y yo te los comento 7 meses antes.
Bueno, disculpa las tonterías de este admirador.

Rosita Fraguel dijo...

Antonio, yo te perdono tó, faltaría más :) Admiración inmerecida y agradecida :)