23 de enero de 2022

No-reseña de Mexican Gothic



En realidad, no planifico tanto pero, llegada a un punto, soy capaz de contar lo caminado con narrativas coherentes. Al fin y al cabo, de eso se trata el contar historias: en unir los puntos. El caso es que, cuando me embarqué en la escritura de microrrelatos, inicié un camino de investigación y búsqueda que he tenido oportunidad de contar en las presentaciones de mi libro y en la masterclass a la que me invitó Rocío de Juan y que, quizá, debería poner algún día por escrito. Todo un proceso, todo un camino, en el que fui descubriendo relaciones, desgranando características y transité el límite entre los géneros. Mi parte favorita del asunto: los límites. Fue una investigación basada en leer y disfrutar, básicamente, un trabajo intelectual, gratuito e inútil, que da sentido a mucho. El caso es que, tras años de enrolarme en la experimentación con el lenguaje (la violencia contra el lenguaje, que dice mi querida Valeria Correa), las tendencias posmodernas de poscuentos, posnovelas y postodo, acabé por encontrarme en un punto muerto en cuanto mi propia escritura. Con mi libro ya publicado, parecía que había llegado a algún término y después vino la maternidad, la tesis, el cambio de trabajo, la pandemia… y con tanta zozobra ya no veía qué sentido podía tener el repetir el mismo juego una y otra vez. Ya está hecho, si no al completo en mi escritura (por pura torpeza), sí en mis lecturas y en mi cabeza. Necesitaba otro horizonte.

Mexican Gothic cover
Ahora había un hueco en el esquema general de las cosas que habitan mi cabeza, una piedra filosofal; ésa que nos hizo engancharnos a la lectura siendo todos lectores inocentes, libres de cualquier conocimiento teórico. Aquel disfrute puro de sumergirse en una historia y vivirla como si de un sueño se tratara. Al fin y al cabo, los sueños son, a menudo, al menos para mí, más reales que la vida, más intensos, más coloridos.

Esta necesidad de volver al origen se intensificó cuando, al estallar la pandemia, me encontré incapaz de leer. La ansiedad ante todo lo que estaba y está pasando, este puro miedo, sumaron peso a la necesidad de evasión, de disfrute, no ya intelectual ante pericias técnicas y pirotécnicas, sino ante la vivacidad del mundo creado, ante lo tangible de los personajes, los diálogos, las moralejas... De repente, más cerca del fondo que de la forma. Yo, que me deleitaba en las formas considerando que cualquier cosa, por nimia que fuera, si se contaba bien, podía elevarse a obra de arte. Ya no sé si lo pienso.

Ya llevaba tiempo dedicada a mi novela. Una novela fuera de mi zona de confort (si es que eso existe), que fue concebida como idea para un cómic hace años, pero que cada vez es más y más tangible y que no pide nada del lenguaje, sólo quiere ser contada. Esos personajes han sido y son, en muchos momentos de estos tiempos solitarios y extraños, más reales para mí que la mayoría de la gente con la que me cruzo en la vida (¿)real(?).

He releído mucho, he reflexionado sobre qué me gustó en los libros que me gustaron. He vuelto la vista hacia esa literatura llamada de evasión y he conseguido volver a leer a buen ritmo, e, incluso, volver a escribir a ratos. Han surgido a mi paso (con una serendipia escalofriante) estudios técnicos, artículos, tesis, cuestionamientos sobre los límites entre alta y baja literatura (lo mío son los límites siempre, si antes era entre los géneros, ahora es entre lo popular y lo culto). Y tengo mucho que contar al respecto de este nuevo camino, pero no hay un plan. Sólo sabré unir los puntos cuando estén en el pasado y se presten a formar parte de una narrativa inventada. De momento, todo es mucho más intuitivo, más difuso, que cualquier trabajo intelectual que quiera vender luego como plan trazado.

En medio de todo esto, con cuestiones abiertas y en búsqueda, ha llegado a mí Mexican Gothic (Gótico en la traducción española) de Silvia Moreno-Garcia. Se trata de una novela gótica que tiene lugar en México en medio de la cuestión colonial y que cumple con todo lo esperado del género. En la portada, una cita de The Guardian dice que se trata de un encuentro entre Lovecraft y las Brontë. A mí me ha parecido que hereda directamente de La posada Jamaica la frescura, la revisión y el aire cinematográfico (no me cabe duda de que acabará en adaptación, o no es duda y es esperanza).

Confieso que en los primeros capítulos estuve a punto de abandonar. Aquello parecía abaratarse con el aire de un bestseller de los de vocación, la peli de sobremesa de Antena3. Pero, poco a poco, he sido abducida. El resultado final me parece sobresaliente. Hay aspectos que me siguen pareciendo quizá mejorables, quizá no del todo a mi gusto, pero, desde luego, la coherencia de la trama y la falta de truco (todas las cartas están sobre la mesa desde el principio) me parecen de una dignidad más que encomiable.

Pero, sobre todo, lo que me ha hecho volar la cabeza es el lugar que este libro ocupa entre alta y baja literatura. El lugar desde el que se escribe. Es el diapasón para afinar mi propia escritura. Ese estrato poco valorado de la literatura de calidad que no será considerada alta literatura, al menos no por sus coetáneos (ay, cuánto que contar al respecto; el canon y sus cosas…).

Dejo pendiente una ampliación de estas reflexiones para cuando las piezas hayan encajado en mi cabeza, pero, mientras, estoy entregada a una investigación que, en sí, es evasiva y disfrutable y, encima, me lleva a través de lecturas embriagadoras y deslumbrantes. Un laberinto.

Y por supuesto, recomiendo esta novela en esta reseña que no lo es, sin desvelar nada, porque ese descubrimiento es también parte del gozo de su lectura y porque sus parámetros de género están tan claros que poco necesita para promocionarse.

Y acabo como solía acabar estas cosas: ¡leed, insensatos!

1 comentario:

Simon Durochefort dijo...

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