7 de mayo de 2007

Rutinas (1+1=n) 2.0

(Como decía en mi anterior post con la relectura del texto me di cuenta de que quería cambiar mil cosas, así que me he puesto manos a la obra, que quien no corrige no aprende...)

Mandó a la mierda al médico con una soltura inesperada para un educado caballero como él. Si era cierto que le quedaba un mes de vida, qué menos que blasfemar contra el portavoz de la noticia. Se marchó con intención de dirigirse a su casa pero la sola idea de encontrar allí a su esposa le empujó dentro del primer tugurio que encontró en su camino.

La mujer del notario se encontraba en aquel mismo momento sudando las sábanas acompañada de un moreno cuyo nombre desconocía. La señora había contraído matrimonio con el notario hacía cinco años -ella 25 y él 67 años-, seis meses después de que su novio, con el que convivía desde hacía un año, se marchara a comprar whisky para no volver más, llevándose lo puesto y probablemente un tanga negro con encajes que desapareció del cajón. Tras la boda, se fue a vivir a casa de su marido donde le tocaría convivir con la suegra, señora religiosa y pía donde las haya a la que desde hacía décadas se le aparecía la virgen todos los viernes a las 6 y media y la ponía al día de los acontecimientos que estaban por suceder. El primer viernes tras su llegada a la casa, la virgen advirtió a la anciana y ésta a su vez a su hijo, de que aquella chica sólo buscaba quedarse con el dinero y de que en realidad no le quería. Una afirmación muy sensata pero por desgracia tan verdadera que fue suficiente para mandarla de cabeza a una residencia donde quedó acusada de senil y loca.

En casa del notario las asistentas del hogar iban y venían cambiando de cara tan rápido que el buen señor dejó de tomarse la molestia (si es que se la tomó alguna vez) de aprender el nombre de las chicas y simplemente las llamaba a todas Petra -en honor a la famosa heroína del cómic-. La Petra que trabajaba en la casa cuando la señora madre del notario se marchó a su residencia de relax fue pronto considerada por la esposa como demasiado voluptuosa para conservar su puesto. Confirmó ésta su idea cuando vio por la puerta entreabierta de la cocina a su esposo posando las manos con toda energía sobre las nalgas de la chacha que reía la gracia peligrosamente dispuesta a no perder su trabajo bajo ningún concepto. Aquella Petra no volvió a pisar la casa sin que la señora del notario diera jamás más razón para el despido que su falta de talento en la limpieza del hogar. A partir de entonces las asistentas superaban con creces los cincuenta años. Se valorará desprecio por el aseo personal.

El notario se sorprendió al encontrar en aquel tugurio a Petra; jamás habría imaginado que pudiera existir en otro lugar que no fuera su casa ni que pudiera vestir algo distinto al uniforme y la cofia. También le extrañó el saludo tan seco con que correspondió a su sorprendido gesto de reconocimiento y es que en casa siempre había sido dulce y cariñosa. Se sentó al lado de la visiblemente (para todos menos para el notario) disgustada mujer y sin más le fue describiendo punto por punto el proceso de diagnóstico al que le habían sometido hasta llegar a la triste conclusión. Fue regando su discurso con alcohol así que, conforme avanzaba en su relato, el riego incluyó también perdigones de saliva y palabras pronunciadas con la dificultad de una lengua dos veces mayor de su tamaño normal. Hacía un buen rato que la muchacha se había marchado dejándole sumergido en su discurso cuando se dio cuenta de que no quedaba nadie en el local. Las sillas estaban patas arriba en el mostrador y un amable caballero de considerable envergadura, piel oscura y con un ojo de menos, le invitaba amablemente a marcharse a la menor brevedad, previo pago de la engrosada cuenta.

Petra se dirigió a su casa caminando a buen ritmo y acordándose de la buena señora que trajo al mundo al notario. Llegó pronto al suburbio, quitó el candado y la cadena que sustituía la cerradura desde la redada policial. Dentro se encontraba su hombre durmiendo la mona sobre un colchón sucio en el suelo con un tanga negro con puntilla -que no era de Petra- sobre la barriga. Ella se sentó en el sillón y se echó a dormir tranquilamente. Al día siguiente tenía pensado dirigirse a la residencia de ancianos a seguir trabajándose a la madre del notario a fin de sacarle los cuartos. La visita resultaba ser un viernes, así que seguramente sería interesante.

El moreno se levantó de la cama cuando consideró, por el espaciamiento de los ronquidos, que la señora del notario se había quedado por fin dormida. Se dirigió como una flecha hacia el bolso que colgaba de la silla mientras se iba poniendo los pantalones; tareas ambas llevadas a cabo al mismo tiempo con una pericia que sólo podía deberse a la práctica. Sacó los cien euros que había en el monedero y se marchó de la casa llevándose de paso una foto de la señora con algunos años menos y un bikini minúsculo. La foto fetiche acabó en su cartera junto a otras como la de una chica con uniforme y cofia que conoció una vez en la puerta de la residencia de ancianos donde trabajaba su novia. Bajó rápidamente a la calle, cruzándose sin saberlo con el señor notario a la altura de la esquina y entró a tomarse una copa en el primer tugurio que encontró en su camino.

Finalmente el notario llegó a casa, se colocó el pijama de rayas celestes y se metió en la cama junto a su esposa. La besó en la mejilla y le susurró suavemente, con una dicción deficiente pero voluntariosa: "enhorabuena cariño, te ha tocado la lotería".

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Sí... más pulido y más organizado. Mejor.

(Me alegro de que la Obra Social haya sido de tu agrado xD)

Besos

Rosita Fraguel dijo...

A mi me parece que sí, que está mejor. Aunque todavía...

(me ha encantado, ¡qué relax! :P)