4 de febrero de 2011

Para leer al anochecer


Todos tenemos prejuicios, quien esté libre de pecado que se lo haga mirar. Y tras la lectura de este libro he de admitir que mi imagen de Dickens ha cambiado completamente.

En este volumen que fue publicado recientemente se recogen una serie de cuentos que mantienen el factor común de que encuentran en los fantasmas la excusa de la trama. La prosa de Dickens, el ambiente y la atmósfera, nos trasladan inmediatamente a la exquisitez decimonónica y al arte de la escritura como oficio. Me han apasionado los inicios en los que me parece un maestro, capaz de situar al lector con poquísimos recursos, capaz de crear una atmósfera tan atractiva como la que nos mantenía de niños pegados a un libro. Ni que decir tiene que es una lectura imprescindible.

Y empiezo hablando de prejuicios porque mi descomunal ignorancia me tenía atrapada en la imagen de un Dickens inocente. Le tenía por un autor con poco riesgo y con poco que ofrecer, pero es innegable su capacidad de seducción -por algo fue uno de los best-sellers de su época- y también su irónica visión de la realidad, su sensible perspicacia al dosificar el ritmo, las escenas, las pequeñas digresiones.

Me fascina enfrentarle a Poe, como su antítesis en tantos aspectos y mucho más cuando este volumen habla de fantasmas y se acerca al terror que su coetáneo tan bien elaboraba. Dickens, sin embargo, lo aborda desde la luz, desde el humor, desde una lucidez de hombre de éxito al que le sonrieron los hados en vida. Ambos son grandes escritores, pero no puedo evitar inclinarme con ternura hacia el americano y su demoledora realidad personal. Dicen que se conocieron y me parece que ese encuentro es tan literario como sus obras. Imagino perfectamente la situación: Dickens hombre de éxito, que viaja a EE.UU. para hablar de los derechos de copia ante el pirateo de sus libros por editoriales estadounidenses. En resumen: el escritor en la cumbre. Y no me cuesta nada imaginar a Poe, ya preso del alcoholismo y de la crudeza de un fracaso personal que tenía que parecerle injusto a la fuerza. Un frente a frente de ambos, tan sugerente y que al final resulta tan poco fructífero, porque se vieron, pero no hubo encuentro.

Y por último, aunque sea un asunto extraliterario, no puedo evitar dejarme llevar por mi lado más esnob y admirar la edición en sí: el papel y el formato lo convierten en un libro especial. Y sí, soy de esas personas que cuando abren un libro lo primero que hacen es inclinar la nariz sobre las páginas y aspirar el olor de imprenta. Una tontería como cualquier otra, ¿no?

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