13 de noviembre de 2016

Teoría del caos



Cuando se detectó, la epidemia ya había dejado en blanco cientos de libros. Parece que empezó borrando al azar volúmenes de las grandes bibliotecas, luego de colecciones domésticas, librerías de barrio e incluso de alguna gran superficie.

Los investigadores siguieron el rastro de libros enfermos y dieron con la culpable: aquella librera insufrible, con su perfecto plumero siempre al acecho, castigo de los dobladores de solapas y de las manos churretosas, amante de escrupulosas devoluciones a la editorial por cualquier tacha.

Pronto confesó: el rabito de una letra –una a– sobresalía del borde de una página y no pudo contenerse. Como el que desbarata un jersey intentando arrancar un hilo. El texto de todos los libros impresos, hermanado, cruzado de referencias fruto de un diálogo de siglos entre los autores, cedió al descosido y fue derramándose inerte en el suelo de su pequeña librería. Aquel humilde montoncito de letras no abultaba lo que hubieras imaginado. Un par de sacudidas de plumero bastaron para limpiarlo todo.

Micro escrito para el 3º Premio Gusanito Lector de microrrelatos que marcaba el tema: la librería

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