Por aquella época yo cambiaba intencionadamente mi rumbo por encontrarle. Una isla en medio de tantos transeuntes confusos. Harapiento, sucio, apestoso. Nadie le veía ya, confundido con la ciudad como un edificio más, una papelera o un perro abandonado. Era invisible.
Sin embargo, yo comenzaba aquella calle con el alma ansiosa de encontrarle. Me iba desnudando poco a poco. Atrás quedaban los imprudentes altibajos de mi débil carácter, los malos sabores de mi boca. Atrás quedaba todo lo mío que no quería ser yo.
Prefiguraba en mi mente su forma de coger el violín: con la delicada atención del náufrago que se aferra a su tabla. Su cuerpo meciéndose. Los ojos entrecerrados. Su espíritu atrapado en la belleza.
No apagaba mi deseo el hecho de que no hubiera violín ni música. Aún hoy es para mi un genio, el mejor y más grande músico del silencio.
25 de marzo de 2007
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