Menos mal que los trabajillos de diseño son cosa esporádica en mi vida porque me desquician, de verdad que me desquician (Pablo, eres un santo, ¿cómo aguantas?). La relación diseñador-cliente es la misma que la de (el) Pepe y (la) Mari. Le dice (el) Pepe a (la) Mari:
- Niña, ¿dónde quieres que vayamos esta noche?
- Ay hijo pues donde tu quieras, a mí me da igual.
- Pues mira, vamos al cine
- ¿Al cine? Uff. No me apetece mucho -carita de asco incorporada-
- Bueno, bueno ¿y si vamos al bar X?
- Uy no, tampoco.
- ¿Y si...?
Este diálogo de besugos puede continuar hasta el infinito porque:
1. Mari no sabe lo que quiere
2. Y encima sufre del síndrome del perro del hortelano (...)
Grrr!!!
En fin, ya lo he soltado. Paciencia fragueliana que me queda que aplicar... :|
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2 comentarios:
Me ha encantado la comparación entre ambas cosas. Ha quedado clarito clarito.
Además es algo que parece inherente a las relaciones de trabajo en las que uno tiene que desarrollar algo y el otro no sabe en realidad qué quiere que le desarrollen.
Paciencia, hija mía, paciencia.
Así estoy yo con dos clientes, y me estoy volviendo loco...
Te entiendo demasiado bien :(
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