19 de febrero de 2006

El pájaro humano

Vinieron a aparecer un buen día doctor. De ser tan sólo dos amenazas en mi espalda tornaron en estas enormes alas con las que cargo.

Antojándoseme una bendición este suceso, intenté remontar el vuelo haciendo uso de mis nuevas extremidades, pensando en la generosa naturaleza que me brindaba la oportunidad de lograr uno de los más repetidos y antiguos sueños del ser humano: volar. Remontar el vuelo más allá de esta realidad mediocre del enjambre a ras de suelo. Elevarme sobre lo vulgar de mi propia e insulsa existencia. Lo intenté, una y mil veces y una y mil veces fue un fracaso. Se me astillaron los huesos en tantos intentos fallidos de elevarme. Sólo disfrutaba unos segundos de la ilusión de estar a punto de conseguirlo para verme inmediatamente estrellando mi cuerpo contra el duro suelo de la realidad. Así poco a poco mi piel se fue llenando de cicatrices y mi ilusión se fue marchitando como si algún tipo de invierno eterno estuviera cercando mi esperanza, acorralándola sin remedio en el rincón más secreto de mi alma.

Fue entonces cuando decidí cortar el problema de raíz. Yo sería adolescente, doctor, por aquel entonces. Tomé unas enormes tijeras y poco a poco mis pies desnudos en el baño se fueron rodeando de plumas. El dolor era enorme, me sentía a la deriva de una maldición que me dejaba a las puertas del paraíso, arañando los herrajes de sus cerraduras, sin poder pasar más allá. Hubo sangre aquel día y lágrimas.

Y crecieron de nuevo, una y mil veces, como una maldita mala hierba que se hubiera acomodado en mi espalda. Pero yo, impasible, seguí cortando cada vez. Y hubo más sangre, pero ya no más lágrimas.

El invierno ya estaba en mis ojos.

Hace unos meses mi esperanza se rebeló contra la meteorología y se arrancó enfurecida a elevar un canto desgarrado que conmocionó todo mi ser. Su voz de sangre vino a recorrer cada gélido rincón y a destruir esa cárcel de hielo en que se encontraba.

Ahora está irreconocible. No bien terminó su canto, invocó la extinción del dolor y me impuso la irrevocable obligación de aceptar estas alas. Sin bendición ni maldición como su causa, estas alas son ahora una parte más de mi. Debo cargar su peso muerto como un fardo necesario para alcanzar la completitud de mi ser. Ya no pueden ser amputadas sin llevarse tras de sí la esencia de un alter ego que he negado errando, he de reconocer, al querer desterrarme de mi misma.

Así vengo caminando, con ellas a la espalda, durante este tiempo. Se enganchan a veces en las revueltas del laberinto y se laceran a menudo atormentándome, pues la construcción de esta realidad nuestra no acepta humanos alados. Pero siguen ahí, erguidas como dos columnas de plumón que se elevasen al cielo al que son incapaces de alzarme; suplicando quizá el perdón por su cobarde existencia.

Doctor, como ve este ala mía está rota. Y es que en un tropiezo vino a quebrarse, como las ramas viejas del árbol cansado. El dolor es grande, por favor encuéntrele remedio. En otro tiempo la habría arrancado de cuajo junto con su hermana con la esperanza de que no volviera a aparecer en mi espalda. Ahora, doctor, temo que al cortarla mi esperanza me abandone, despechada por mi ofensa, PARA SIEMPRE.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Ma gustao mucho joía.

No sé de dónde sale esa inspiración (es algo que me pregunto muy a menudo) y tan sólo puedo decir que es un don muy bonito.
Claro que esto no es como lo de los puzzles, que te compras uno y lo haces (o no, que todavía está por ver) sino que o te sale de dentro o me da que hay poco que hacer.

Besos.

maruja de pro dijo...

Impresionante, precioso.
Que cosas mas bonitas, que profundas.
Besos

Rosita Fraguel dijo...

:$

Maxtonso, no sé de dónde viene la inspiración esa que tú dices, lo que sí te digo es que pienso el mismo número de veces que es una bendición y que es una maldición... ¡Cosas de la vida!